El Mensaje del Vacío

Jinj’hak, científico y astrobiologo militar del Arza’Damnius, se encontraba caminando por un largo pasillo de metal, de cinco metros de ancho y cuatro de alto. Las paredes eran iluminadas por focos azules con blanco cubiertas en rejillas de metal pegadas a los muros. El piso era blanco con gris, casi inmaculado. El pasillo se extendía por casi medio kilómetro, hacia una instalación ultra secreta del Arza’Damnius, donde esperaban más científicos.

Jinj’hak caminaba sin descanso. Esto era muy importante, era tal vez la cosa más importante de toda su vida, de su existencia, de su ser. Sus manos le temblaban ligeramente, sentía un escándalo recorrer toda su espalda hasta llegar a la parte más baja de su cintura, y hacerle querer huir, o al menos no querer llevar a cabo su objetivo. Pero no, debía de hacerlo, esto era lo más importante de todo. Si las palabras del Jas’Harak’Naradas eran ciertas, esto suponía el mayor hallazgo hasta la fecha, o el peor de los miedos jamás soñados en la historia del universo.

Su mente se turbaba, e imaginaba mil y un cosas que podían ocurrir. ¿Era acaso lo que imaginaba lo que les esperaba? No, era ridículo, toda la ciencia y conocimiento indicaba que no se podía lograr. Ni siquiera la tecnología del propio imperio podría realizar algo de esa escala ni de aquí a cien mil años. Solo era una exageración, una señal falsa, una broma de algún cuásar que se encontrase a millones de años luz, ¿verdad?

Abrió las dos puertas que separaban el pasillo de la sala. Dos bellas puertas tan gruesas como árboles, de un material refinado y hecho para resistir lo imposible. Las dos puertas que separaban al universo de la otra realidad científica, donde todos los miedos, incertidumbres, y misterios se volvían realidad. Entró a la sala, donde una treintena de compañeros y arzianos como él, de alta categoría y del mayor prestigio del imperio, le esperaban. Cada uno era distinto a su manera, pero todos compartían algo en común: era lo mejor de lo mejor, y eran necesarios aquí, y ahora.

La sala era espaciosa, de unos cincuenta metros de diámetro, con una decena de filas de computadores distribuidas por todos los lados, cada uno de ellos separados del otro por unos tres metros. Cada computador poseía una pantalla de color violeta oscuro, y con un holograma del mismo color para simular un teclado. El piso era gris, un gris deprimente y abrumador. Las paredes eran grises con tonos blancos, y en ellas no había nada más que una gruesa capa de metal de ochenta metros. Era la sala más segura del Arza’Damnius. En el centro de la sala se situaba una instalación cuadrada de diez metros de lado por lado. Las esquinas eran hechas de metal, mientras que las paredes de la instalación eran transparentes, semejante a un cristal y, un poco por debajo de la propia pared, a un metro de altura del suelo, se encontraba otra pared hecha de metal oscuro con una gran cantidad de componentes y dispositivos electrónicos. Esa instalación tan extraña no era nada más ni nada menos que la computadora más poderosa de la galaxia. Millones de zettabytes de información almacenados en esa unidad. La máquina más inteligente de todas. Y que ahora había recibido una señal, una señal que no era de la galaxia.

— Jinj’hak —anunció Qaradu’xas, el presunto arziano más inteligente de la galaxia. El varón que resolvió toda la ecuación de Xixajar, y que resolvió el problema de los agujeros de gusano. La mente maestra detrás de muchas obras tecnológicas del Arza’Damnius. El único ser capaz de ganarle a una maquina en operaciones matemáticas en cuestión de solo pocos microsegundos. El ser más inteligente vivo—. Te esperábamos.

—Qarudu’xas, ¿es cierto? —preguntó con miedo Jinj’hak.

—Me temo que es tan cierto como la realidad, viejo amigo. Aún no hemos podido descifrar el mensaje, pero…

—¿Mensaje? —preguntó lentamente— ¿Estas insinuando de que la señal es un mensaje?

Qarudu’xas asintió.

—La Megaradius —la computadora que tenía a su espaldas, la gigante instalación cubica— está intentando descifrarlo. Lleva ya una semana procesándola…, temo lo peor, amigo mío.

—¿Una semana?, ¿qué puede ser tan complejo para que la Megaradius este tardando tanto tiempo?

—Es lo mismo que nos preguntamos. Pero he hecho los cálculos. Hoy, en solo unos pocos minutos, se culminará la desencriptación. Por eso es tan urgente que estuvieras aquí, ahora.

—Entiendo, ¿pero es lo que habíamos temido, lo que está descifrando la Megaradius?

—Aún no lo sabemos, pero, si todo lo que he deducido hasta ahora es cierto, será entonces un sí.

—Todo indica a ello —añadió Qaradiz’Zun, otro de los científicos ahí presentes. El mismo varón que desarrolló la teoría de multi-cuerdas subantroficas.

—Oh por…, entonces ¿qué haremos?

—Aún no hay que temer, viejo amigo —dijo Qarudu’xas—. Somos las mentes más brillantes de toda la galaxia, no hay razón para temer lo que venga del mismo vacío. Somos imparables, somos el Arza’Damnius. Hemos venido aquí para detener a lo que sea que acecha en las tinieblas.

Los demás científicos asintieron, confiados de sí mismos. Era cierto: eran les mejores mentes de toda la galaxia, eran brillantes seres que no se dejaban intimidar por nada, ni siquiera por el vacío inacabable de la galaxia que abrumaba todo el universo y engullía a las estrellas. Nada ni nadie les haría temblar. Eran los seres más inteligentes que hayan pisado jamás algún planeta. Su sola presencia era sinónimo de fuerza e intelecto. Eran un bastión de la razón y una fortaleza de la inteligencia y de la estrategia. Muchos ahí presentes habían liderado las mismas batallas contra las peores contiendas contra la Alianza Humana, y salieron victoriosos sin bajas. Eran sencillamente los más temibles. Aquellos a quienes se les consideraba dioses entre ignorantes. Los auténticos reyes de la ciencia y la razón.

—Tienes razón. Pero aun así, ¿qué se esconde en todo esto?

—Sea lo que sea que se esconda, no podrá hacer nada contra nuestro imperio, contra nuestro poder, contra nosotros.

Entonces, un sonido semejante a un clic agudo sonó en la sala. Helo la sangre de Jinj’hak, pues era un sonido que pocas veces escuchaba, y la situación le ponía el triple de tenso.

Era la computadora lo que sonó. El Megaradius terminó de desencriptar. Los científicos se quedaron quietos. Se aproximaba la mayor hazaña jamás vista o pensada. Era algo irrepetible. Algo que solo ellos conocerían. Qarudu’xas se volvió y se acercó lentamente a la computadora. Incluso él temblaba. Por más fortaleza que encontrara en sus palabras, era cierto que había algo misterioso y terrible que se ocultaba detrás de todo esto. Incluso algunos dudaban de si abrir el mensaje.

Acercó sus meticulosas e infinitas manos a los comandos y paneles de la computadora. Parecía una cámara que podías ver y a la vez no, lo que había dentro. Esa computadora poseía en su interior el conocimiento de toda la galaxia, de todas las eras, de todo el universo observable. Y ahora, ante ella, se plantaba lo inenarrable, lo menos imaginado por cualquier mente existente, lo más oscuro y terrorífico del cosmos: un mensaje proveniente del mismo vacío que separa a las galaxias. Un mar oscuro tan grande como el infinito y que era habitado por la misma hermana de la nada.

La máquina entonces emitió sonidos espeluznantes que hicieron que todos ahí presentes se sobresaltaran y se miraran uno al otro. La computadora hizo el mismo y particular ruido de un mensaje. De aquel simple y llano chillido que se provocaba cuando algún mensaje de otro planeta, de algún comerciante, de una comunicación de suma importancia entre los altos políticos del imperio se mandaban, se hacía presentes ahora. ¿La máquina había entendido lo que recibió como un mensaje? ¿Enviado por quién? Era de la nada, del vacío inconmensurable, de la misma imposibilidad.

—Qaru… Qa —tartamudeo Jinj’hak.

Qarudu’xas se volvió para verlo. Tenía los ojos igual de helados que él.

—Todo estará bien. Somos el Arza’Damnius.

—Somos el Arza’Damnius.

—Somos el Arza’Damnius.

—Somos el Arza’Damnius. —repitieron otros científicos, intentando darse confianza uno al otro.

Los tentáculos de Qarudu’xas se deslizaron con cuidado por los hologramas proyectados de la computadora. El espejo frontal, aquella pared transparente que dejaba ver la nada y el todo al mismo tiempo, reflejó algo. No se veía que era, pero era al parecer el intento de la maquina por descifrar la comunicación en su totalidad… De reproducir una imagen.

—Somos el Arza’Damnius —murmuró Qarudu’xas antes de apretar la instrucción de mostrar el mensaje.

Apretó la imagen holográfica, y entonces… la cara de todos los presentes se volvió oscura. Sonreían de la forma más macabra jamás imaginada. Sus ojos se volvieron oscuros, perdieron todo el brillo que portaron toda su vida. Sus cuerpos se detuvieron, su respiración se apagó. Estaban estáticos, con la expresión de una sonrisa que lloraba sangre. La expresión de terror más puro que jamás han podido desarrollar nadie nunca. Era la sonrisa de haber visto a la muerte… No, vieron algo que había hecho aterrar a la misma muerte. La computadora no reflejaba imagen alguna…, solo estática. No había mensaje, no había nada. Solo era aquel vació que llegó a ella misma. Pero no era el vació lo que vieron ellos. Era lo que habitaba en él. 

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