
Capitulo 1:
El advenimiento de la Guerra
Kaskale se encontraba afuera de su casa, en el campo, observando el horizonte. El sol se estaba poniendo, y la oscuridad se cerniría sobre la ciudad, pronto. Él era joven, de apenas diecisiete años de edad. Tenía una mandíbula marcada, de ojos verdes, pelo corto castaño. Una persona atractiva en su ciudad. Era hijo de Upadré, uno de los ocho señores de las Grandes Casas del reino. Llevaba su espada siempre consigo, en su cinturón. Da igual a donde fuera, siempre la llevaba con él desde que obtuvo la mayoría de edad, y fue digno de portar la espada. Solo cuando dormía se la quitaba, y la dejaba a un lado de la cama.
Se encontraba pensando algunas cosas del mundo. Sobre el norte, más allá de las Montañas Grises, en la pequeña ciudad remanente de los Dimiw. Aquel reino vecino que ha sido subyugado por el suyo, el Imperio Ytihyw. Le debían rendir tributo, de lo contrario serían castigados…, llevaban ya cinco años sin ofrecer tributo alguno.
Se avecinaba una guerra. Él, su padre, los señores de las Grandes Casas lo sabían. Estaban preparando a sus hombres.
Kaskale estaba bastante dolorido por ello. Odiaba la guerra en cierto modo. Pero no la odiaba por su naturaleza, la odiaba cuando era injusta. Como a todo buen hombre de buena voluntad le encantaba participar en una guerra justa. Pero de la última de esas ocurrió hace ya muchas lunas; mucho antes de que él naciera. Su abuelo, Utiadán, la había librado contra el reino de los Auwdins. Resultaron vencedores, y sus tierras ahora eran suyas. Ahí habían fundado unos cuantos pueblos, y la ciudad de Chutradán.
Sin embargo, Dimiw, aquel pequeño reino del norte, en las Praderas Insolubles, estaba bajo la voluntad de Ytihyw hace ya mucho tiempo. Le debían ofrecer siempre diez kilos de oro al año, y diez toneladas de trigo.
Era poco, sí, sin duda que lo era, pero era lo que podían ofrecer los dimiweños. Su reino constaba apenas por dos mil habitantes. Kaskale se preguntaba varias veces como es que se podían llamar reino…, pero no lo hacían. Simplemente era Dimiw, las tierras de Dimiw. No era un reino ni de lejos. Pero su padre lo veía como tal.
Ytihyw era el reino más grande. Abarcaba la mitad del mundo, o al menos de lo que consideraban mundo. Desde las tierras de Anadwin, hasta el lejano Río Doujrsa se extendía todo aquel basto reino. La capital, Iankdaq, era conocida no solo por ser la más poblada, sino también por ser la más prospera. Poseía abundantes tierras fértiles, y tenía un mercado gigante de pescadería, pues se situaban cerca del Mar Linguen. La ciudad era la más gloriosa, pues poseía edificios de la mayor riqueza: hechos de marfil blanco, con extractos de las rocas del Sumo Valkran. Casas de más de cinco pisos eran normales de ver en la parte más rica de Iankdaq, cerca del castillo-fortaleza.
Podrían pensar que el castillo era el lugar donde habitaría un rey, pero no, la jerarquía gubernamental de Ytihyw se basaba en las ocho Grandes Casas. Cada una poseía voz y voto, y votaban o hacían concilios para ver que es lo que debía de operarse en el reino. Pero siempre, siempre, debían acudir a uno de los hombres más pobres y humildes del reino, a pedir su consejo. Normalmente eran campesinos, granjeros, o pescadores. Siempre se elegía a uno para escuchar su sabiduría, pues desde antaño se creía que los humildes son más sabios que los poderosos. Las ocho Grandes Casas debían someter su voluntad a lo que opinare el hombre, siempre y cuando no existiera una evidente disputa. El hombre humilde no podría considerar que era justo ejecutar a un hombre acusado por violación, no, eso siempre quedaba eso en las manos de los patriarcas.
Kaskale seguía pensativo, ¿qué hacer? No puede detener a su padre, ni tampoco poner objeción ante las otras grandes casas, apenas era un niño. Dentro de una semana se reunirían en el castillo, y se decidirá que hacer. Pero, sin duda alguna, se emprenderá la guerra. Eso no era para nada justo: ¿Más de diez mil hombres contra apenas dos mil campesinos? Eso no era para nada equitativo. Si cada ejército de una gran casa era del tamaño de todo Dimiw. Y seguro que el ejercito enemigo no eran más que diez campesinos mal armados.
—¡Kaskale! —gritó Omuev, amigo de Kaskale. Era un hombre de casi su misma estatura, pero un poco más alto. De pelo marrón y largo, con una mirada tan firme como la de un jefe militar.
—Omuev, ¿qué tal te va?
—Mejor que a ti supongo. Tienes cara de haber visto a un friad mal cocido.
—Tampoco exageres. Ver un friad mal cocinado haría que todo mi cuerpo se erizara y tuviera el rostro trastornado durante una semana.
Omuev rio.
—Aun así, tienes un mal aspecto. ¿Qué pasa?
—Es mi padre.
—¿Qué ha ocurrido con Upadré? —preguntó frunciendo las cejas.
—No creo que sea justo la guerra con Dimiw.
—Ah, eso. Kaskale, aún no ha empezado la guerra, y tu ya andas más preocupado que una dama corriendo tras ser perseguida por una manada de lobos. ¿Quieres calmarte un poco? Aún tienen que hacer el concilio. Tal vez y las demás grandes casas consideren no hacer la guerra.
Kaskale bufó.
—Sabes como son los señores de las grandes casas. Esos vejestorios no les importa la vida de los dimiweños, ellos solo quieren recibir su tributo.
—Agh, en eso tienes razón. Pero aún queda el voto del humilde, ¿verdad?
—Sí.
—Aun hay esperanza, amigo mío. No desesperes tan pronto. Faltan siete lunas aún.
—Pronto serán solo seis.
Omuev miró al horizonte: el sol se estaba poniendo.
—Ah, cierto, para eso venía.
—¿Eh? —preguntó Kaskale volteándole a ver.
—Ya va ser de noche, Kaskale. Tenemos que ir a celebrar algo.
—¿Por qué?…, no me digas que es por la noche de las damiselas, que no pien…
—Sí vas a venir —interrumpió Omuev—. La noche de las damiselas ocurre una vez cada tres meses, y no acudiste a la última.
—No, no voy a ir. No me gusta ver mujeres con largos vestidos bailar en la plaza con una gran banda musical tocando trompetas.
—Saxofones, Kask, son saxofones.
—Puedes inventarte cuantos instrumentos quieras, pero no voy a ir.
Omuev movió la cabeza con una sonrisa.
—No ha sido pregunta, Kask. —Inmediatamente lo agarró del brazo derecho y se lo llevó a rastras hacia el pueblo, que se situaba a la derecha desde donde estaba Kaskale. Su casa, una gran estructura de las más bellas con picos en curva y hecha con ladrillos rojos, se encontraba en una pequeña colina de Iankdaq, y un camino hecho de losas de piedra negra lo llevaba hasta la ciudad. El camino era curvo, y en algunas partes zigzagueaba debido a la pendiente.
—Omuev, ¡suéltame! —ordenó Kaskale. Era menor en fuerza a su amigo, así que por naturaleza no podría zafarse.
—Serás el hijo de Upadré, pero no tienes autoridad sobre mí, Kask.
Tuvo que atravesar el largo camino que conducía al pueblo. Cinco miduens tardaron en hacerlo —un miduen es el equivalente a tes minutos—.
El camino de losa negra culminaba y daba paso a un gran estrecho de piedra roja. Era una avenida. Mucha gente circundaba por ahí, vistiendo ropa ajustada las mujeres, con largas túnicas de color rojo, azul celeste y verde esmeralda; y los varones portaban ropas más holgadas, de color marrón y verde turquesa. En general se veían bastante parecidos. Las casas eran de doble piso. Hechas a partir de piedra cortada en cubos, y apilada sobre cemento. Varias ventanas se esculpían en las segundas plantas, y solo una en la primera. Algunas casas poseían alcobas infestadas de plantas, otras poseían camastros, y unas cuantas más tenían un lindo piano en ellas.
Pocos puestos se veían en la ciudad, y los que había no eran más que de venta de alimentos. Normalmente se encontraban en las esquinas de cada calle, pero en algunos casos se encontraban en la mitad de la calle, como si fueran campamentos improvisados.
No faltaban más que unos cuantos miduens para que se hiciera de noche.
La gente ya se aglomeraba en las plazas de la ciudad: grandes espacios con suelo de piedra que se extendían varias casas. Algunos poseían algunos cuantos árboles para decorarlos, otros sencillamente estaban vacíos a excepción de las estatuas. Oh, las estatuas, grandes construcciones de cinco marens de alto —un maren es el equivalente a dos metros y medio—, y eran de antiguos hombres importantes: señores sobresalientes de las Grandes Casas.
La plaza donde llevó Omuev a Kaskale tenía unos cuantos árboles en las esquinas, y en el centro había una gran estatúa de Upadré.
—¿Tenías que traerme a esta plaza? —preguntó molesto Kaskale al ver la estatua de su padre.
Omuev lo soltó del brazo. Estaban a solo momentos de iniciar la noche.
—Sí, pero eso no importa. La estatua no se verá durante la celebración. Mientras tanto, vamos a sentarnos y ver el espectáculo.
Omuev fue hacia un par de sillas que se encontraban en la plaza, eran de madera. Estas se encontraban en la parte más alejada del centro de la misma plaza, pues Omuev, aunque quisiera llevar ahí a Kaskale, no se podría permitir mantenerse a la vista de la plebe. Después de todo, Kaskale seguía siendo el hijo de Upadré. Verlo ahí provocaría que toda la atención se moviera a él.
Kaskale lo siguió a regañadientes, y se sentó a su lado siniestro.
—Y se hizo de noche. Ya se viene la emoción. ¿Lo sientes, verdad?
—No, no siento emoción.
—Vamos, amigo, que esto es un evento que ocurre pocas veces al mayer —un mayer es el equivalente a un año.
—Literalmente ocurre cuatro veces cada mayer. No pienses que voy a considerar esto algo emocionante.
—Espero que cambies de opinión…
Entonces varios golpes y truenos sonaron. ¡La fiesta había comenzado! Los sonidos de los saxofones no se hicieron tardar. Para Kaskale eran iguales a los de una trompeta, solo que más refinados. Y, del centro del tomulto de gente, varias señoritas salieron en bellas formaciones. La primera fue en forma estrella, donde cada una de las mujeres iba perfectamente sincronizada con la otra. Vaya, no eran más que bailes, pero muy bien hechos. El consecuente fue uno en formación de V. La cabeza de las mujeres iba directa hacia el lugar de Omuev y Kaskale.
—Ay no… —murmuró Kaskale, que veía acercarse a las mujeres, quienes se abrían paso entre la multitud.
—No vas a poder huir de esta —dijo Omuev, sujetado por un brazo a su amigo, mientras miraba a las mujeres acercarse. La primera, la que iba a la cabeza, era una dulce mujer morena, de ojos marrones y pelo castaño. Era sumamente bella. Se acercaba dando largas zancadas mientras sus compañeras hacían lo mismo. Una danza espectacular.
La chica, la morena, vio que era el mismo hijo de Upadré quien estaba sentado en la silla a solo unos veinte pasos. Sonrió al verlo. Él se ruborizo. Diablos, su sonrisa era bella.
Volteó el rostro a un lado, para no ver a la hermosa dama.
—Kask, creo que te miró a ti —dijo Omuev mientras sonreía, lleno de felicidad. Cada noche de damiselas le hacia sonreír de manera maniática. Para él era como recordar un buen momento de su vida, y repetir la celebración le hacían recordar esos momentos donde era feliz.
—Kov, por favor no.
—Oh, por Kov sí. Si yo fuera tú, me sentiría re alagado que una de las damiselas te haya sonreído.
—Lo hizo porque soy el hijo de Upadré, no por nada más.
—Nah, te sonrió porque eres guapo. Eres todo un casanova.
—Ay por Kov, que vergüenza…, ¿nos podemos ir?
—No, te vas a quedar aquí hasta que termine la celebración.
—Entonces moriré aquí, en esta silla, ahogado en mi vergüenza.
—Eres un exagerado —sacudió la cabeza.
—¡Por Kov! Si es el mismo Kaskale, hijo de Upadré —dijo una voz al lado izquierdo de Kaskale.
—Ay, por favor no… —murmuró Kaskale.
—¡Kaskale! —dijo una vez más la voz. Era un hombre adulto, de unos veinticinco años de edad. De pelo marrón corto, de gran barba y enormes cejas. Uno de los tantos soldados al servició de Upadré—. Mi señor, que gusto tenerlo aquí, en la celebración de la noche de las damiselas. Hace muchas lunas que no lo veo.
Omuev rio.
—Sí, hace mucho que no viene a una. Eres Pormuev, ¿verdad?
—Sí, señor. ¿Usted es pariente del señor Kaskale?
—No, soy su amigo —respondió con una sonrisa—. Omuev, un gusto.
—El placer es mío, Omuev —volvió hacia Kaskale—. Mi señor, ¿qué le traído hasta aquí?
Kaskale señalo con su dedo índice derecho a Omuev.
—Él me trajo.
—Gracias a Kov. Sabe una cosa, al pueblo viene bien verlo a usted aquí, entre nosotros, en una de las tantas celebraciones que podemos tener. Nos honra tenerlo aquí.
—Egh, sí. A mí también me honra tener a gente como tú aquí.
Pormuev se quedo paralizado ante eso. Una media-sonrisa salió de su boca. No respondió.
—¿Qué?, ¿dije algo malo?
—No, señor. Es que nunca antes algún noble me había hecho tremendo halago… —respondió lentamente Pormuev, incrédulo—. ¡Por Kov! —estalló repentinamente— ¡Podre decirle a todos los demás que el mismísimo Kaskale me ha dicho que es un honor tenerme aquí con él!
Kaskale le miró con los ojos abiertos. Omuev abrió la boca.
—Le has hecho la vida a alguien hoy —murmuró Omuev al oído de su amigo.
—¡Gracias, mi señor! —dijo Pormuev—. Si ocupa algo, estoy a su completo servicio.
Después de esas palabras, se alejó un poco, para darle mayor privacidad al hijo de Upadré.
—No esperaba que reaccionara así… —admitió Kaskale.
—¿Y como esperabas que reaccionara? Eres el hijo de Upadré, la segunda mayor casa de las ocho. Elogiarlo para él ha de ser como un honor.
—¿Y entonces para ti es un honor ser mi amigo?
Omuev rio.
—No, eso no aplica conmigo. Te conozco desde que éramos niños. Si es que somos casi hermanos.
—Casi hermanos…, agh, si te conocieran a ti de ese modo, serias una celebridad por aquí.
—Y por todo el reino. Pero gracias a Kov no me conocen así. Algunos ni saben que existo.
—¿No quieres ser famoso?
—No, me gusta mi vida tal como es. Además, no quisiera que la fama que obtuviera fuera porque no soy más que el amigo del hijo de uno de los señores de las grandes casas.
—Creo que tienes un punto.
—¿Y como te la estas pasando? —preguntó Omuev, cambiando de tema.
—Pues…, de la mierda.
La noche prosiguió su rumbo. Kaskale estuvo un buen rato incomodo en su silla, observando a las bellas damas bailar y demostrar sus increíbles formaciones. Omuev hablaba con él sobre tantos temas, que sería difícil ponerlos todos en un papel. Aunque el más relevante, y para desgracia de Kaskale, era hablar sobre Kov. Omuev era muy fervoroso de Kov, la deidad de todo el mundo, y le encantaba ponerse a explicar cuales eran las razones de su existencia. ¿Por qué? Eso exactamente lo que él dice. Porque es un filósofo.
Mientras Omuev le contaba las doce razones de la existencia de Kov, y porque la existencia de la muerte es prueba de su existencia, la misma chica morena volvió a estar en la cabeza de otra formación en forma de flecha, y le sonrió una vez más a Kaskale. Él, de manera inconsciente, le devolvió la sonrisa; y eso, de alguna forma, le hizo relajarse. De un momento al otro dejó de estar sumamente incomodo, a solo estar un poco molesto por la decisión de Omuev de traerlo arrastrando. Y ahora, por azares que solo el mismo Kov entiende, estaba él hablando con Omuev sobre el mismo Kov. La chispa de la fe se encendió sobre él, y se pusieron a conversar del tema durante más de una hora.
Kaskale se sentía vivo una vez más. Omuev tuvo razón: la noche le hizo sentirse mejor. Se sintió emocionado. Tal vez la guerra no ocurriría. Sí, con el voto del humilde no lo haría.
Capítulo 2:
Cacería
Eran las seis de la mañana. El alba resplandecía como una aguja en el horizonte, dorada como el oro. Kaskale se encontraba en el balcón de su habitación: era un sencillo cuadrado al exterior, de unos cinco metros de diámetro, con una barandilla de oro sobre una pequeña pared de piedra de unos setenta centímetros. El joven heredero posaba sus manos sobre la barandilla, acariciándola mientras observaba el amanecer.
En el pueblo ya se escuchaba a la plebe caminar, levantar sus negocios y armar platicas. La noche de las damiselas culminó hace unos cuantos marhors (horas), y Kaskale estaba hecho un despojo. Vestía su típica túnica negra que el cubría los hombros y los brazos, y que le llegaba hasta la cintura, donde se la ajustaba bajo los pantalones de lino marrones. No poseía ningún cinturón, pues él no lo ocupaba.
Dentro de solo un marhors comenzaría su jornada laboral, aunque a medias. El hijo de Upadré realmente no poseía un trabajo, ni tampoco algo que se pudiera considerar como tal: lo que hacía era saludar a la gente, leer algunos cuantos documentos, practicar para algún día ser un líder, y ya. Así que ese marhors lo usaría para descansar…, o tal vez no.
Vio a su amigo, Omuev, acercarse a su casa por el mismo camino donde le había arrastrado ayer. Omuev sonreía como si hubiera visto a Kov. Los soldados de la entrada de la casa, dos lanceros altos que portaban capas rojas y yelmos que les cubrían toda la cara, a excepción de los ojos, y una armadura de metal ligera con algunos símbolos antiguos, le recibieron. Apartaron sus lanzas y dejaron entrar al hogar al chico. Una vez en la puerta de la casa, donde escapó de la vista de Kaskale, una sirvienta le recibió amablemente. Omuev dejó su abrigó con la sirvienta y luego fue a la alcoba de su amigo. Entró sin tocar.
―Buenos días príncipe ―anunció Omuev.
Kaskale giró la cabeza para verle.
―Menos mal que eres mi amigo, que sino ya te hubiera mandado al calabozo por entrar a mi habitación sin permiso.
Ambos rieron.
―¿Estás listo? ―preguntó Omuev.
―¿Listo para qué?
―Para ir de caza.
―¿Ir de caza?, ¿tan temprano? El sol aún ni ha salido en su totalidad, ¿y ya quieres ir de caza?
―Sí, así podremos aprovechar más el día y causar algunos cuantos problemas a los vandres ―venados sin cuernos y de mayor tamaño, vaya―, y de pasó podremos practicar tu puntería.
―Tengo responsabilidades, ¿si sabías?
―No, no sabía que practicar sermones y practicar ser el rey del mundo era una responsabilidad.
―Pues lo es. Mi padre es muy estricto respecto al tema.
―Tú padre no sabe criarte, Kask. Si te diera más libertad, y la oportunidad de líder a hombres, serías más que un perfecto entrenamiento antes que ponerte a leer papel y ensayar discursos.
―¿Liderar hombres? Si me cuesta mantenerte a ti a raya, con los demás me será imposible hacer que me traigan una manzana.
―Porque yo soy tu amigo, ¿recuerdas? Casi como un hermano. Pero tu has visto a los hombres. Ayer en la noche tu viste a ese…, ¿cómo se llamaba? Eh…, Promuev, alabarte como si fueras una deidad. Ahora ha de tener una historia que ha de poner con los ojos abiertos a sus amigos cuando escuchen que el mismo gran señor Kaskale, de la casa Uladren, le ha dicho que es un honor tenerle.
―Ese es un caso especial.
―No, Kask, no es un caso especial: muchos de los soldados reaccionarían así si te tuvieran enfrente y les hablaras.
―No me quiero volver una deidad.
―No tienes por, pero la gente te tiene en alta estima. Aprende a usar eso para liderarlos. Solo he conocido a un hombre que sepa hacer eso con suma delicadeza, y es tú propio padre. Que por cierto, ¿dónde está?
―Durmiendo con mi madre, ¿tal vez? ―gruñó sarcásticamente.
―¡Lo ves! El hijo de Upadré se levanta más temprano que él mismo. Tienes madera para ser buen líder, Kask.
―Por amor a Kov, ¡no! No tengo esa madera.
―La tendrás. Sea como sea, el día se nos escapa, tenemos que ir de cacería.
―¿En serio vamos a ir?
―Sí, y no podrás escaparte de esta.
―¿Y que le diré a mi padre cuando se enteré? Va a querer ahorcarme.
―No lo hará. Ya le avisé a la sirvienta de lo que haremos, y ella va avisar a tu padre. Además, me dijo que no había problemas.
El rostro de Kaskale se horrorizó.
―Ay no…, entonces tengo que ir de cacería…
―Sí, y nos vamos a ir, ahora. Ya estas cambiado, solo te falta el arco y el caballo.
―¿Qué?, ¿irme así vestido? Esto se supone que es mi ropa real.
―Y te queda bien para ir a cazar. Venga hombre, es ropa, no es tu propio hijo.
Omuev fue y le agarró del brazo, y lo llevó fuera de la habitación. Kaskale hizo varios gemidos y ordenes que le soltara, pero su amigo no le hizo el menor caso.
Bajaron una escalera en caracol, la misma que conducía la habitación de Kaskale con la sala principal. Esta misma era espaciosa, con una gran variedad de cuadros en las paredes blancas. Había alfombra debajo de la escalera, ahí donde se reunía otra pequeña extensión de la sala con una chimenea de piedra, varios sillones dorados y de telas finas; la sala comunicaba con otras habitaciones que eran separadas por puertas de roble, todas cerradas para ese momento. La habitación de Upadré se situaba más allá de la sala, al fondo, justo a la derecha de la escalera. Una puerta doble de roble se encontraba ahí, que daba a otra sala todavía más grande con una larga mesa de treinta sillas: un comedor glorificado. Y aún más allá de eso, estaba la habitación del gran señor de Uladren.
Una vez salieron los dos por la puerta principal, la sirvienta le dio la despedida a su amo con una reverencia.
―Todo estará bien, mi señor. Le avisare a su padre sobre su cacería. ¡Que tenga buen viaje!
Kaskale, aún siendo jalado por su compañero, se despidió de la forma más cortes que pudo con la mujer, para luego desaparecer tras la puerta. Una vez fuera, los dos lanceros estaban esperando de espaldas a la puerta. Escucharon el alboroto de sus espaldas y se volvieron, para encontrar a su señor siendo arrastrado por Omuev.
―Mi señor, ¿ocupa algo? ―preguntó uno de ellos, el que se encontraba la derecha. No estaba preocupado de que literalmente estuvieran sacando a la fuerza a su señor de su propia casa.
―Sí ―respondió Omuev―. Un caballo para él y para mí, y un par de arcos con un carcaj lleno de flechas, por favor.
Los lanceros asintieron respetuosamente, luego uno de ellos fue al establo, mientras el otro iba a buscar el arco y las flechas.
―¡Me haces quedar en ridículo! ―gruñó Kaskale.
―¿Por?
―Esos dos de ahí, los lanceros, son amigos de mi padre. Me haces quedar como un maldito malcriado o algo así.
―Bueno, si lo eres, lo eres.
Kaskale se ruborizó.
―Suéltame.
Omuev le soltó el brazo tras esa orden de manera bastante casual, vaya, como si soltara una escoba.
―Son tus hombres, Kask, no creen que estas haciendo el ridículo. Además, ellos dos están para servirte, si se rieran, tal vez perderían su trabajo, ¿o no?
―Sí, tal vez lo perderían y tendrían que enfrentarse al calabozo…
―¿Lo ves? ―interrumpió Omuev.
―¡Pero me haces quedar mal delante de ellos! Uno es Marguin, maestro de lanzas de la ciudad. Es el hombre más letal que conozco. Y luego está el otro, Iandel, el segundo mejor amigo de mi padre. ¿Sabes que él es capaz de matar a un maldito owars con solo un palo y una piedra? ―un owar es una criatura gigante, de tres metros de altura a dos patas, de pelo gris y con una mandíbula semejante a la de un lobo, aunque era igual de gordo que un oso.
―Parecen hombres imponentes.
―¡Lo son! Y les acabas de dar órdenes, tú, un desconocido.
―No soy un desconocido. Me han de llevar años viéndome jugar contigo y sacarte a rastras de aquí. ¿No crees que me vieron hacer lo mismo antes de que anocheciera?
―Oh por Kov…, es cierto. Mi reputación esta arruinada ―hizo una mueca de horror.
―Dramático. Mira, ya vienen con los caballos ―señaló a su izquierda, de donde venía Iandel, llevando con ramales a los caballos: dos hermosos corceles, uno blanco con gris, y el otro marrón. Ambos de la misma altura y complexión.
―Mi señor ―dijo Iandel mientras hacia una reverencia con la cabeza―. He traído los caballos, tal como me lo ha pedido el señor Omuev.
―Gracias, Iandel ―respondió Kaskale, quien agarró los ramales.
―Para servirle, señor. Supongo que no ha de tardar mucho Marguin.
Y justo del otro lado venía Marguin, llevando en su hombro dos carcajes hasta reventar de flechas, y en los brazos dos arcos de madera blanca tallada. En los extremos de los arcos se encontraban dos cabezas de owars, y el resto de la estructura tenía líneas talladas, formando bellos surcos.
―Mi señor, los dos arcos y carcajes tal como pidió el honorable señor Omuev.
Omuev agarró los arcos, luego puso uno de los carcaj en su espalda, y le paso el otro a su amigo. Kaskale lo agarró y se lo llevó a la espalda.
―¿Queréis que alguno de los dos os acompañemos en vuestra cacería? ―preguntó Marguin, el mayor de los dos, de unos cuarenta años de edad.
―Creo que estaremos bien ―respondió Omuev―. De todas formas, estaría bien que mandéis algún grupo de exploradores por si no regresamos pronto.
―Considero que es más seguro que alguno nosotros, o alguno más de los soldados, os acompañe en la cacería, mis señores ―repuso Iandel.
―Sí, creo que sería buena idea ―dijo Kaskale.
―Como ordenéis, mi señor. ¿Quién quiere que sea vuestra compañía?
―¿Hay algún otro soldado aquí, un lancero o escudero? ―preguntó Omuev.
Kaskale se ruborizó. ¿Era una ofensa lo que acaba de decir? No, pero muchos hombres arrogantes y de poder la considerarían que sí.
―Por supuesto, señor Omuev. Una veintena de hombres se sitúan cerca de la casa. Ahora solo estamos Marguin y yo custodiándola, pero varios hombres están cerca. Si queréis puedo ir a llamar a uno.
―Sí, esta bien.
―¿Alguno de su preferencia, señor? ―preguntaron a Kaskale.
―No, pueden traer a cualquiera que ustedes consideren adecuado.
―Entendido.
Después de eso, Iandel salió del recinto a trote, y se dirigió hacia la derecha, hacia el campo. No había más que un camino de tierra. ¿Iba a esa casa pequeña? Sí, se dirigía a una pequeña choza de madera oscura, de por lo menos cuatro habitaciones, de un solo piso. Estaba lejos, como un miduen y medio minutos caminando.
Marguin se quedó ahí junto a ellos, esperando la llegada de su compañero.
―Marguin, ¿no? ―preguntó Omuev.
Marguin asintió.
―¿Me permites hacerte unas cuantas preguntas?
―Diga, señor.
―¿Hace cuanto que estas de guardia del señor Upadré?
―Unos veinticinco años, desde que él se convirtió en gran señor tras el fallecimiento de Utiadán. He visto al señor Kaskale nacer y crecer.
―¿Crees que los soldados le respetan?
Kaskale se ruborizó aún más con esa pregunta.
―Claro, todos le respetan. ¿Por qué la pregunta?
―Porque mi amigo tiene serios problemas de con…
―Por nada, Marguin ―intervino Kaskale.
―No creo que deba de temer, señor. Entre los soldados le respetamos tanto como a su padre.
―Gracias por responder, Marguin. Eso es todo ―finalizó Omuev.
Marguin asintió y volvió a mirar al horizonte, ahí donde estaba su compañero. Durante el siguiente miduen, Kaskale se quedó pensando en que haría para corregir a su amigo. Tal vez ahora Marguin le miraría con desprecio, o quizás le hablaría de esto a su padre y solo se ganaría más su desprecio, o se avergonzaría de él. Tantas cosas que pueden pasar, y todo por culpa de Omue… espera, ya está llegando Iandel. Estaba acompañado por otro hombre, uno que no portaba yelmo e iba solo armado con una pequeña espada a su cintura; su única protección era un peto de cuero.
Al cabo de poco tiempo, llegaron con Kaskale.
―Mi señor, hemos traído a vuestro acompañante, se llama Pardmav, hijo de Kasdmuev.
―Un honor acompañarle en vuestra cacería, mi señor ―dijo Pardmav, quien se inclinó profundamente ante Kaskale.
―¿Consideras que es formidable? ―preguntó Omuev.
―Sí, es el mejor escudero que tenemos en servicio, mi señor ―respondió Iandel.
―Perfecto. Pardmav, puedes ir por una montura, trae todo lo que consideres necesario. Yo me adelantare con Kaskale. Te veremos afuera de la ciudad, por los caminos de sabdrón.
―Entendido, mi señor ―afirmó Pardmav.
Tanto Marguin como Iandel se despidieron con una reverencia de los dos amigos, quienes se subieron a sus caballos y echaron andar hacia el pueblo, para luego tornar a la derecha, por el camino de sabdrón; irían a las colinas cercanas, a la pradera que se encontraba a unos quince miduens en llegar.
Durante la cabalgata por el pueblo, muchos ciudadanos hicieron reverencia tras ver al señor Kaskale. Algunos guardaban silencio en su presencia mientras inclinaban sus cabezas, otros tantos, como soldados y gente más acercada a la gran casa, le hacían reverencia y le saludaban.
―Buenos días, honorable Kaskale.
—Oh buen día, gran señor Kaskale.
—Qué tenga buen día, amable señor Kaskale.
Y así sucesivamente. Kask, como era de esperar, les devolvía el saludo, lo que emocionaba a la gente.
Llegaron cerca de la muralla de Iankdaq: una fuerte estructura de unos diez metros de alto, tan gruesa como dos árboles, de color gris piedra, y con algunas cuantas torres sencillas en la cima, igualmente de piedra, por donde se asomaban algunos exploradores. En la cima de la muralla siempre había unos quince a veinte arqueros, todos ellos detrás de las formaciones cuadradas de la muralla que les servían de protección en caso de asalto. Esto le parecía ridículo a Kaskale. En más de veinte años de paz, sin un enemigo que les pueda hacer frente, ¿y tienen guardia sobre las murallas? Dimiw no es una amenaza ni desde lejos para poder hacer contra el poder de Ytithyw, y Auwdins había sido destruida hace ya tiempo. ¿Para qué mantener esos hombres ahí? ¿Para presumir a los bandidos que serían aflechados si ponían su rostro cerca de las murallas? Era ridículo. Los bandidos se contaban con los dedos de la mano, y si alguno entraba, por lo general se le ejecutaba. Así que era estúpido, no tenía sentido la presencia de los arqueros, ¿o sí?
Al llegar a las puertas de las murallas, que se encontraba abiertas, una docena de guardias los recibieron; al saber que era el mismo señor Kaskale, no pusieron trabas y les dejaron pasar.
Una vez fuera, a unos cien marens de distancia, los dos detuvieron a sus caballos. Tenían que esperar a Pardmav.
—Sabes, quería que trajeran al más incompetente de todos —declaró Omuev—. Pero tuviste que abrir la boca y permitir que trajeran al que, seguramente, es uno de los mejores luchadores de todo Zabdan —Zabdan es el mundo tal y como lo conocían ellos.
—¿Para qué querías un hombre incompetente?
—Para demostrarte que incluso el más atontado de todos te es fiel, y te seguirían.
—Ay, por favor, Omuev, sabes que estos hombres solo me respetan por la autoridad que tiene mi padre sobre ellos, no por nada más.
—No lo creo. Ese Marguin se veía bastante respetuoso contigo.
—Es como un tío para mí, por eso es así.
—El otro también fue bastante respetuoso. Yo digo que eso dice más que mil palabras.
—Sht, ya cállate, que ahí viene Pardmav —susurró Kaskale, quien señaló con los ojos hacia el muro, del cual salía un caballo con armadura de cuero, y sobre él, un hombre de aspecto fuerte: hombros anchos, mandíbula marcada, ojos cafés claros, pelo negro corto, y de barba recortada. Pardmav era un hombre de temer.
Cuando el guardaespaldas llegó con ellos, Omuev le saludó a la par de Kaskale. Espolearon a los caballos y se dirigieron al este, a la zona de cacería. Estaba casi mil marens de distancia.
Durante el trote casi no hablaron. Pardmav se situaba detrás de los dos señores. Omuev del lado izquierdo de Kaskale.
Un pequeño pueblo, uno diminuto de apenas treinta casas, se encontraba a su izquierda cuando estaban a medio camino. Era un pueblo lindo, un lugar donde Kaskale le gustaría vivir. Sonrió melancólico al ver las casas. Omuev se dio cuenta de esto, y se detuvo.
—¿Qué pasa?, ¿quieres ir al pueblo?
—¿Qué? No, no. Solo estaba imaginando algunas cuantas cosas.
—¿Tener relaciones con alguna campesina?
—¡No! Maldito cerdo. Esas cosas no.
—Ah, cierto, que la chica de ayer es la que tienes en la mira, ¿verdad?
Kaskale le miró con seriedad.
—Solo era una broma, Kask —rio Omuev.
Pardmav, quien estaba detrás, preguntó.
—Disculpe, señor, si quiere entrar al pueblo a tomar algo o a simplemente visitarlo, puede hacerlo. Yo me encargare de que nadie se le acerque si tiene esa preocupación.
—No, Pardmav. Gracias, pero no es eso.
—Entendido, señor.
—Oye, Pardmav —dijo Omuev—. ¿Qué edad tienes?
—Veintitrés, señor.
—Veintitrés, nada mal. Dicen que eres uno de los mejores escuderos del reino, ¿verdad?
—Escudero y luchador. Puedo considerarme entre los cinco mejores combatientes de todo Zabdan.
—Increíble, tenemos una montaña cuidándonos la espalda eh, Kask. Oye, Pardmav, ¿qué piensas de Kask?
Kaskale se ruborizó. No esta vez, no por favor…
—¿Al gran señor Kaskale? Que es un gran hombre, digno de su autoridad. No hay duda, ni tampoco la habrá, de que no hay mejor heredero a gran señor que el propio brillante Kaskale Ukdán.
—¿Lo ves? Ukdán —rio ligeramente Omuev. El apellido de Kaskale le daba vergüenza al aludido.
—Sí, ya vamos a la cacería —resopló avergonzado.
Espolearon una vez más sus caballos, y continuaron su viaje.
Al llegar a la pradera en cuestión, detuvieron sus monturas. Kaskale se volvió para ver a Pardmav.
—Puedes quedarte detrás de nosotros a una distancia larga. Solo por si ocurre algo.
Pardmav asintió. No debía de intervenir en la cacería al menos que fuera necesario.
Kaskale y Omuev tiraron de los caballos y avanzaron a trote. La explanada era bastante bella: al fondo, en el horizonte, se observaban unas cuantas colinas y montañas, mientras que debajo de ellas se esparcía un bosque de bellos robles. El resto del terreno era regular: no había disformidades que afectaran la cacería. El suelo estaba bellamente poblado por césped y otras cuantas plantas, y de vez en cuando algún que otro hueco de tierra seca.
El día ya estaba comenzando, dentro de un tiempo el sol se elevaría, y ya comenzaría el día. La pradera estaba casi desierta, a excepción de los jinetes, unos contados carinus, dos riarus, y… ¡un vandres! A lo lejos, cerca de los árboles, se divisaba la figura de uno de ellos. Era alto, por lo menos más que un caballo, de pelaje marrón y con una gran cabellera que le crecía en el cuello. Un ejemplar hermoso.
—Kask, ¿lo estás viendo?
—Sí, lo veo. Es enorme.
—Un macho adulto sin duda alguna. Vamos a ocupar un mínimo de doce flechas si queremos tumbarlo.
—¿Doce? —preguntó Kaskale impresionado—. Y yo que pensaba que era una exageración lo del carcaj lleno.
—Tal vez y nos falten flechas.
—Por Kov, no.
—Pues pide a Kov que te de buena puntería, no quiero dejar a un vandre moribundo porque nos salió mal matarlo.
Kaskale volteó con una expresión de horror.
—Eres un sádico.
—Pero verdad no me falta. Bueno, ¿qué esperas? A cazar a ese animal.
Espoleó al caballo, salió como una flecha a cazar al gran animal. Kaskale tardó unos instantes en reaccionar, hasta que pateó a su caballo para que siguiera a su amigo, mientras le gritaba que se esperara.
Omuev redujo ligeramente la velocidad, para poder ser alcanzado por su amigo.
—¿Qué pasa?, ¿es que el hijo de Upadré no es capaz de alcanzar a un simple plebeyo?
—Cállate. Me agarraste por sorpresa.
Omuev rio. Luego pateó al caballo para que aumentara la velocidad. Kaskale lo imitó. La presión del aire les imbuía la cara, les bañaba los pulmones, les regia el cabello y les daba vida. Una sensación que Kaskale añoraba, que deseaba, que disfrutaba.
A solo unos cuantos marens se veía al gran vandre, era realmente grande; de una sola patada podría matar a uno de los caballos a los jinetes.
Estaba pastando cuando se dio cuenta de la presencia de los dos cazadores, quienes se acercaban como un owar violento hacia él. Echo a correr a los pocos instantes como una liebre despavorida. Levantó tierra y pastó con sus pesuñas de la fuerza con la que se movió. Omuev tensó su arco, apuntando a la criatura, quien se iba adentrar al bosque. Le disparó. La flecha silbó en el aire hasta impactar en el muslo izquierdo del animal. Chilló. Chilló tan fuerte que podría ser escuchado hasta por Pardmav a los decenas de marens de distancia. La sangre escurría a borbotones de la herida, manchando el suelo. El vandre se adentró al bosque.
—No hay que dejar que se escape —gritó Kaskale, lleno de la emoción. Tenso a su vez el arco, preparándose para disparar en cuanto viese al animal.
Los dos entraron con sus caballos por los árboles. Eran rápidos, tanto como una flecha. Las pisadas de sus monturas les aumentaba la adrenalina, era una escena épica para ellos.
El vandre se divisaba muy cerca, quien corría cojeando de su pata trasera. Oportunidad que utilizó Kaskale para disparar, impactando el espalda del animal. Gimió una vez más con voz grave. Apresuró el paso. No iba a caer tan fácil, y menos con la sensación de que iba a morir.
Omuev preparó otra flecha, a la par de Kaskale.
—Tú ve a la izquierda —le gritó Kaskale a Omuev—. Si se va algún lado, lo podremos atrapar.
Omuev asintió con un fuerte grito de guerra. ¿En serio cazar le hacia sentirse en una batalla? Menudos chicos…
Omuev desvió el caballo. Preparó y disparó. La flecha dio en el costado izquierdo del animal, un poco por debajo de la espalda. Seguido por otro flechazo que le dio en la pata derecha delantera, propiciada por Kaskale.
La bestia gimió una vez más de forma aterradora. Cojeaba de la pata delantera y trasera, pronto iba a caer. Kaskale lo sabía, tenía darle el tiro de gracia: un disparo en la cabeza. Un buen flechazo y listo. Sin embargo, el vandre se descarriló, se fue a la derecha, hacia donde estaba él. Tenía el arco tensado, no pudo tomar las riendas y girar. Su caballo iba directo a estrellarse contra el animal. Y…, las dos criaturas impactaron. Kaskale salió volando por los aires hasta impactar contra el suelo, cerca de un árbol. Estaba confuso, aturdido. Omuev estaba algo lejos, lo suficiente como para tomarle unos cuantos segundos poder llegar con su amigo.
El vandre había vencido: el caballo de Ukdán estaba en el suelo, aturdido. La fuerza de la bestia era mayor. Aún herido fue capaz de seguir en pie después del choque. Y ahora estaba Kaskale a su merced. La criatura giró hacia su cazador, con furia asesina. Los vandres no eran depredadores, pero tendían a matar a cualquier peligro que tuvieran enfrente, siempre y cuando fuera menor a ellos, y el humano que tenía delante era mucho más pequeño que él.
Kask no tenía su arco cerca, solo su carcaj. Cinco flechas le quedaban. ¿Qué haría solo con cinco flechas, pero sin un arco? Morir, pues el vandre iba directo hacia él. Se levantaba imponente, como un mismo owar.
Kaskale no se lo pensó mucho y giró a su izquierda, rodando en el suelo, manchándose de tierra, hojas y lodo. En la furia del vandre, chocó contra el árbol que se encontraba detrás de Kaskale hasta hace unos momentos. Quedó atontado por unos instantes. Kaskale agarró una de las flechas de su carcaj, cerró su puño y corrió hacia el animal, clavándole la flecha en el cuello con toda su fuerza. La punta se introdujo tan profundo que casi le salió por el otro lado de la garganta. Apenas y una cuarta parte de la flecha salía de la piel. Pero esto no lo mató. La criatura golpeó con la cabeza a Kaskale, tumbándole al piso. Le iba a dar una patada en el pecho, lo que le iba a matar. Levantó su pata izquierda casi un metro de altura, para luego tirarla contra el piso, sin embargo, Kaskale la esquivó. Rodó una vez más a su derecha, evitando el golpe. Y entonces una flecha impacto en el costado izquierdo del animal. ¡Era Omuev! Se había tardado, pero llegó. Tras esa flecha le siguió otra, que impacto en el cuello del animal, tumbándole.
—¡Kask! Gracias a Kov que estas bien —gritó Omuev que detuvo al caballo, para luego saltar y aterrizar.
—¿Dónde estabas? —preguntó Kaskale medio aturdido.
—Cuando el vandre giró a la derecha, yo estaba muy lejos, creí que iba a girar hacia mí. Así que cuando pude dar la vuelta e ir contigo, tu ya estabas en el suelo. Y fueron muy pocos segundos en lo que llegué.
—Yo lo sentí como una eternidad —inspiró profundo. Era grande su susto—. Gracias por tumbarlo. No esperaba que tuvieras esa puntería para darle en el cuello, o para tensar tan rápido el arco.
—¿Eh?, ¿cuál flecha? Solo disparé una.
—¿Entonces…?
—¡Mi señor! Por Kov, ¿está bien? —preguntó Pardmav, quien llegó cabalgando a la escena. Fue él quien disparó la ultima flecha que derribó al vandre.
—Con que fuiste tú, Pardmav —dijo Kaskale.
—Lo siento, señor. Tuve que llegar más rápido. No esperé que el vandre fuera tan espontaneo. Perdóneme, mi señor.
Kaskale sonrió.
—Gracias, Pardmav. Me salvaste la vida. No tienes que pedir disculpas —agradeció él.
Pardmav abrió los ojos, un esbozo de lagrima salió por su ojo derecho.
—¿Señor?
—Te lo digo en serio: gracias. Me has salvado la vida.
Pardmav sonrió ligeramente, estaba alegre. Era la primera vez que era elogiado de tal manera por alguien de tal importancia.
El vandre estaba en el suelo, agonizando. No le quedaba mucho tiempo de vida. Gemía en un tono bajo. Era sufrimiento. Kaskale se compadeció de él. Se volvió, se arrodilló a un lado de la criatura.
—Pardmav, ¿me puedes pasar tu espada, por favor?
El animal respiraba como podía, chillando.
Pardmav bajó del caballo y le entregó su espada. Acto seguido Kaskale puso la hoja a un lado del cuello del animal.
—Lo siento —murmuró. Omuev y Pardmav no lo oyeron.
Luego Kaskale cortó el cuello del animal, acabando con su dolor. Se levantó y le devolvió el arma a Pardmav.
—Creo que es la cacería más frenética que he tenido en mucho tiempo.
—¿Quieres repetirla? —preguntó Omuev con aires de sarcasmo.
—Por Kov, no. La próxima traigo conmigo a todo una escolta —rio Kaskale.
Pardmav subió a su caballo, pensativo sobre las palabras de su señor.
—Oye, ¿y mi caballo? —preguntó Kaskale.
Pardmav chifló, y a unos pocos marens de distancia llegó el corcel. Al parecer no le pasó mucho. Tanto Omuev como Kaskale subieron a sus monturas, para luego salir del bosque y regresar a Iankdaq. Fue una caza espectacular, seguramente única en la vida para Ukdán. Y al parecer Omuev tenía razón: los soldados respetan, lo respetan. Tal vez y sería un buen líder…, pero aún quedaba mucho por hacer. Y el día era joven.
Capítulo 3:
Un granjero y un maghas
Kaskale regresaba a Iankdaq. A su diestra estaba Omuev y detrás de ellos Pardmav. El caballo de Kaskale había sufrido unas cuantas lesiones, por lo que no podía ir a gran velocidad, así que los tres iban al trote.
El pasto era verde, y una bella brisa de la tarde sacudía sus rostros, impregnada con el olor del pasto, de las flores y de la caca. Era común que hubiera siempre gente pastoreando por ahí y por allá, conduciendo camadas de hasta treinta maghas —seres semejantes a una vaca pero mucho más grande, y más gordas, de abúndate pelaje y unos cuernos grandes. Todas de pelo marrón y, en ciertas ocasiones, blanco—. Y justo por ahí ahora iban pasando, a la izquierda de los jinetes, un hombre pastoreando. Sus animales habían dejado una gran cantidad de restos que se podían oler con claridad. Aunque había algo agradable en todo eso: la popo de los maghas era ridículamente apetecible para la nariz. Incluso en ciertas zonas era usado como perfume, y en los casos más raros, como la gran casa de los Pajhäz, se usaban en las axilas para quitar el olor desagradable que produce el hombre. Aunque era algo muy barato, se producía en tantas cantidades que casi no tenía valor, así que no era muy comercializado.
—¡Agh! Olor a mierda de magh —escupió Omuev—; delicioso.
Kaskale se volvió a su izquierda para observar a los maghas que seguían en movimiento.
—Sabes, siempre me he preguntado como sería ser granjero por un día.
—¿Eh?
—Ya sabes, ir y estar como ellos un solo día. Practicar una vida de granjero, pastorear, pisar caca.
—Para pisar caca no ocupas ser granjero.
—¡No! No es solo eso lo que me refiero —declaró con una sonrisa—. Lo que digo es poder tener una experiencia como la de ellos, ¿me entiendes?
—A veces no. Pero esta vez, sí. Pues, ¿qué te impide hacerlo? Puedes ir ahora mismo con el granjero, ¿o no?
—¿Estás loco? Mi padre me mataría.
—Le decimos que estuvimos más tiempo en la cacería, y ya. No creo que Pardmav diga algo, ¿o sí? —se giró para ver al hombre.
Pardmav lo miró a los ojos.
—No creo que exista inconveniente. Además, el señor Ukdán tiene total derecho para hacerlo.
—¿Lo ves? —señaló Omuev—. Ahora puedes ir y ponerte a caminar con ese hombre por un rato.
Kaskale sonrió. La verdad sí quería ir aunque sea unos momentos con aquel pastor, aunque sea solo para charlar. Era algo aburrida la vida burgués, así que, ¿por qué no?
—¿Y tú donde irás?
—Ni creas que voy a ir a también tener una vida de pastor por un día. Yo me voy a ir mientras tanto a Iankdaq en alguna posada o lo que sea. No sé que piense Pardmav.
Kaskale volteó para ver al guardaespaldas.
—Yo puedo ir con el señor Omuev si eso le complace, mi señor. O quedarme aquí.
—Yo digo que vengas conmigo —dijo Omuev.
—Yo también creo que deberías de ir con él. Ya no hay necesidad de protegerme, ya no es una cacería.
—Puede que intenten atentar contra su vida, mi señor.
—Ay, por favor. Le hacen algo al pequeño de Kask y luego terminan toda la familia del agresor en la horca. Sería muy estúpido atacarlo —gruñó Omuev.
Pardmav asintió. Le hacía sentido.
—Aunque, es el único hijo de Upadré.
—¡Bah! Pueden hacer otro —bromeó Omuev.
Pardmav se quedo en silencio. De cierta forma estaba incomodo.
—Pardmav, no hay necesidad de que te quedes aquí y me protejas. Puedes irte. O si quieres, acompañarme.
Pardmav no titubeo un solo segundo.
—Iré con usted.
Kaskale se sorprendió.
—Está bien, entonces. Omuev, ¿te espero en la entrada de la ciudad?
—Mejor ve hasta la posada de La Fogata. Ahí estaré.
Kaskale asintió.
—Adiós.
Omuev se despidió y condujo a su caballo con rapidez hacia la ciudad. Se desapareció en el horizonte.
Kaskale se adentró al campo junto a Pardmav. Ahora el soldado se había puesto a un lado de él.
—¿Por qué quisiste quedarte?
—Porque es mi deber. No puedo dejarlo solo en esto…, y porque me gustaría también saber como es la vida de un campesino.
Kaskale se sorprendió. No era el único raro que le gustaría saber la vida de uno.
—No creí que también quisieras saberlo.
Pardmav no respondió al instante, sino que se quedo callado durante unos segundos.
—¿Pardmav?
—Mi abuelo fue campesino. No lo conocí, pero mi padre me contaba mucho sobre él. Y no quiero negarlo: me da curiosidad la forma de vida de ellos. Saber que es ser un pastor. Y, quien sabe, si Kov quiere, volverme también uno.
—¿Quisieras volverte también un campesino?
—Sí. La vida en eso es mejor que la de un soldado. Al menos el campesino tiene una vida más…, divertida. Con el ejército lo que hago es sacarle punta a mi lanza y entrenar hasta matarme.
—Vaya, no sabía que podía ser tan aburrido lo del ejército. Aunque creo que en parte tienes razón: no hay motivos para tener soldados.
—¿A que se refiere, mi señor?
—Ya sabes, lo de la guerra. Dimiw no es amenaza alguna para nuestro poder, y no existe otro reino en la faz de todo el mundo que sea capaz de siquiera tocarnos; es que literalmente solo estamos nosotros y los dimiweños.
—Creo que tiene razón, señor. Pero a veces es bueno prevenir. Su padre siempre tiene soldados activos por caso de algún bandido, o de algún hombre libre que quiera hacer daño a otras personas. La seguridad.
—Estoy de acuerdo con la seguridad, pero es exagerada. ¿Veinte arqueros en una muralla? No hace falta ni cinco hombres para desmontar todo una contingencia terrorista.
—Tal vez —se detuvo para cambiar de tema—. Ya estamos cerca del granjero.
Sí, estaban cerca. A unos cuantos marens del pastor, quien aún no se había percatado de la presencia de los dos jinetes. A un lado del pastor se encontraba su rebaño: eran mucho más grande que él en altura, es más, incluso eran casi tan altos como Kaskale montado. Unas autenticas criaturas temibles. Una sola podría alimentar a varias familias por días.
—Buen día, mi buen señor —anunció Kaskale al hombre que pastoreaba. Se volvió y encontró a los dos.
—¡Santo Kov! Señor Kaskale, ¿por qué me es digna su presencia aquí, a este pobre siervo? —El hombre era alguien de avanzada edad, de barba completa canosa, de arrugas notables en sus cachetes y ojos, con una boina de color rojo que le cubría del sol. Su vestimenta era la más básica: una túnica de color gris con manchas de tierra y otras cosas que no queremos saber.
Kaskale desmontó.
—¿Cómo está, pastor?
El hombre abrió los ojos, desconcertado.
—Bien —contestó al fin—. ¿Y usted, mi buen señor?
—Fantástico. Dime, ¿cuál es tu nombre?
—Ian, señor. —El hombre se notaba nervioso, no, lo siguiente.
—¿Ian? Conozco a alguien de nombre parecido. ¿Me permites acompañarte?
—¿Acompañarme?, ¿quiere acompañarme a pastorear?
—Claro, por eso vine —el tono de voz de Kaskale era mucho más seguro, como si hablar con aquel campesino fuera algo mucho más grato que cualquier conversación que pudiera tener con alguien más.
Pardmav igual desmontó y se puso a la diestra del campesino.
—¿Me permite acompañarlo?
—Santo Kov, ¿el mismo Kaskale y un guardia de honor suyo, acompañarme? ¡Por favor! El honor es todo mío.
Kaskale comenzó a moverse lentamente hacia adelante, con pasos breves, para luego ser imitado por el campesino. Pardmav les siguió junto al rebaño. Los caballos se movían de igual forma.
—Siempre he visto el sol con belleza —comentó Kaskale.
—¿El sol? Oh, sí, es bello, ¿verdad? Siempre veo los amaneceres y atardeceres. Es algo bonito —contestó Ian.
—También es bonito la tierra, el campo, el olor mismo del campo. —Se paró. Se puso de cuclillas junto a una planta que crecía a su izquierda: era un bonito matorral verde, de unas cuantas hojas largas y lisas, donde le crecían unos pequeños tallos con pelos blancos apenas perceptibles, y que daban una flor de pétalos blancos y cabeza amarilla, semejante a la manzanilla. Era bastante bonita. Con su dedo pulgar e índice arrancó una flor, luego se irguió—. Ian, ¿hace cuanto que eres pastor?
—Toda mi vida. Llevo, desde que tengo uso de razón, ayudando a mi familia en la granja. Y ahora me ha tocado a mi la labor de sacar el rebaño.
—¿No era tú turno esta vez? —preguntó Pardmav.
—En general es mi hijo quien sale a pastorear. Yo ya estoy algo viejo para estar caminando todo el día.
—¿Qué edad tienes, Ian?
—Cincuenta y siete mayers.
—Sí que eres mayor —dijo Kaskale—. ¿Por qué no vino hoy tu hijo a pastorear? —un magh se puso a su siniestra, y él le acarició el cuello. Era un ejemplar bastante grande, tanto que tenía que poner su mano bastante por encima de su hombro para alcanzar a la criatura.
—Tenemos unos cuantos problemitas en nuestra casa.
—¿Problemitas?
—¿Algún animal que está atacando a las gallinas o un mercenario? —preguntó Pardmav.
—Temo que es lo segundo, mis señores.
—¿Un bandido os ha molestado?
—Espera, ¿un bandido aquí, cerca de Iankdaq? —preguntó Kaskale.
—Es…, algo parecido a un bandido.
—¿Un ladrón?
—Sí, creo que esa es la palabra adecuada, mi señor.
—¿Tú casa queda cerca de aquí, no?
—Algo.
—¿Un ladrón en los alrededor de Iankdaq?, ¿quien puede ser el idiota que esté queriendo asaltar a unos campesinos cerca de la capital del reino?
Pardmav se quedo helado.
—¿La Sombra de Iankdaq?
Kaskale le miró.
—¿La sombra de Iankdaq?, ¿qué es eso?
—El único forajido reconocido del reino, señor. No lo hemos podido capturar. Hemos escuchado rumores que en las noches ingresa a la ciudad y roba algunas cuantas cosas. Y es muy usual oír su nombre en los pueblos más pequeños.
—Sí, ese es el que nos ha estado amenazando —añadió Ian.
—¿Amenazando? —preguntó Kaskale.
—Nos ha dicho que le demos nuestras gallinas, y a cambio nos dejaría tranquilos, pero que si no lo hacíamos, lo haría él a la fuerza. Yo estoy demasiado viejo para defenderme, así que deje a mi hijo a cargo hoy, mientras que mis otros dos hijos han estado ocupados en el campo.
—Un ladrón, ¿amenazando a unos pobres campesinos?, ¿pero quien se cree que es?
—Es uno de los hombres más temidos, señor —respondió Pardmav—. No lo hemos podido capturar, como ya he dicho, y es alguien bastante peligroso.
Kaskale torció una mueca de ira.
—No me digas que ha matado a alguien.
—Me temo que sí —dijo Pardmav un poco avergonzado—. Diez personas contamos hasta el momento de desaparecidos. Creemos que están muertos, o secuestrados. Y hace un par de mayers, antes de que yo llegará a donde estoy, asesino a un lancero en una persecución a caballo. Eran cinco jinetes y él, pero luego de matar al que le perseguía de cerca, huyó en las sombras de los bosques.
El semblante de Kaskale ahora era de rabia. No sabía controlar sus emociones.
—Me estas diciendo, ¿qué un maldito bastardo ha asesinado gente inocente y va ahí por libre? Ian, ¿hace cuanto que lo vieron? —su voz era inquieta, como si quisiera ahora mismo arrancarle el cuello a alguien.
—Hace algunos cuantos días. Mis hijos han tenido que tomar turnos de días para cuidar la casa y al ganado.
—¿Entonces no saben donde esté?
—No, señor. Lo siento.
Kaskale bufo ligeramente.
—Pardmav, ¿crees que cuando volvamos a Iankdaq puedas mandar a unos cuantos hombres para venir a cuidar la casa de Ian?
Pardmav asintió.
—Claro que sí, señor, si son esas sus órdenes.
—¿Por qué ha querido acompañarme, señor? —preguntó Ian.
—¿Eh? Ah, sí. Quería ver como era…, pastorear, ser alguien como tú. Pero no creí que tuvieran este tipo de problemas, con ladrones y bandidos.
Ian rio un poco.
—Si viera lo común que es en los pueblos. La Sombra no es el único de nuestras molestias. Hace un tiempo, ya muchas lunas, un grupo de bandidos atacaron varios pueblos y saquearon grano y violaron algunas mujeres. Pero luego los asesinaron, creo.
—Ah, sí, los bandidos esos que eran liderados por un tal Tauden —añadió Pardmav—. Fue hace casi un mayer cuando ocurrió. Los ejecutaron en la plaza de la ciudad.
—Los recuerdo —dijo Kaskale—. Creí que eran un caso aislado. Por Kov…
—Parece que no conoce mucho sobre la vida afuera de la ciudad, mi señor —comentó Ian.
—Más respeto, granjero —advirtió Pardmav.
—Está bien, Pardmav, tiene razón. No conozco casi nada sobre la vida del campo.
Entonces, en ese momento, el maghas que tenía a su izquierda se giró y le lamió el cachete a Kaskale. La expresión de él era de un asco horrible, casi grita.
—Parece que le agrada —comentó sarcásticamente Ian.
—¡Qué asco! —con su mano intentó quitarse las babas del animal de la cara—. Oh por…, creo que voy a vomitar. —Su rostro estaba fruncido en asco.
Ian rio.
—Creo que no está hecho para la vida en el campo.
Pardmav le miraba con seriedad.
—¿Se está riendo del gran señor Kaskale?
La sonrisa de Ian desapareció al ver el semblante de Pardmav; era serio, listo para entrar en combate.
—Perdóname, señor. No, no debí haber reído ante ello.
—pídele disculpas a Kaskale, no a mí.
Ian se volvió para ver a Kaskale, quien seguía limpiándose de la cara la saliva.
—Perdóneme, señor.
—No pasa nada.
Pardmav levantó las cejas, sorprendido.
—No volverá a pasar —terminó Ian.
—Ay por Kov, de verdad que me tengo que quitar de la cara esto.
Pardmav chifló a los caballos, quienes se acercaron con rapidez al oír el llamado.
—Creo que es hora de volver a Iankdaq, mi señor.
Pardmav se subió a su montura.
—Tienes razón. —Se volvió para mirar a Ian—. En cuanto pueda trataré de mandar alguien para que les ayude.
Tras eso, se subió a su caballo.
—Muchas gracias, señor —se inclinó profundamente—. Que Kov lo ayude.
—Que Kov te ayude —finalizo Kaskale aún con cierto asco por la saliva. Luego salió del lugar galopando.
Al cabo de unos minutos, y de haber estado lo suficientemente lejos del rebaño, Pardmav hablo.
—Ese campesino se estaba creyendo muy listo.
—¿Por qué lo dices?
—Se rio de usted, y lo insultó, mi señor.
—No creo que me haya insultado, solo dijo una verdad. Pero, bueno, no me gustó que se riera.
—¿Está seguro de querer ayudarlo con lo de la Sombra? Después de lo que hizo, no creo que sea bueno ayudarle. Le faltó el respeto, mi señor.
—No creo que sea para tanto, Pardmav.
Pardmav bufó.
—Juraría por Kov que le hubiera atacado si yo no hubiera estado ahí. Ese tipo de granjeros son unos locos cerebros de hongos.
—¿Atacarme? No, no creo que…
—Señor, con todo el respeto, pero ese tipo de campesinos no son de fiar. Gracias a Kov que lo acompañe, estoy seguro de que le hubiera hecho daño de no estar yo ahí.
Kaskale entrecerró los ojos.
—¿No estas siendo exagerado?
—Para nada. Si fuera por mí, ahora mismo ese hombre estaría de rodillas ante usted, suplicando clemencia.
Kaskale no respondió a eso, pues respiró profundamente. Ya casi iban a llegar a las murallas.
—Buenas tardes, señor —saludó uno de los guardias a Kaskale—. ¿Fue buena caza?
Kaskale sonrió. Recordó el momento en que casi muere.
—Sí, creo que muy buena.
—Bendito sea Kov. Adelante, Omuev nos comentó que le estaría esperando en la posada de La Fogata.
—Gracias.
Tras eso, se adentró en la ciudad. Se despidió de Pardmav dándole las gracias y luego galopó hasta la posada que estaba cerca de las murallas; una pequeña y sencilla posada, donde le esperaba afuera Omuev.
—Creí que estarías adentro —advirtió Kaskale mientras desmotaba de su caballo.
Omuev sonrió.
—Sabía que no durarías mucho con el pastor. No pasaron ni cinco miduens.
Kaskale rio algo nervioso.
—Te quería decir algo.
—¿Qué pasó?, ¿el granjero te trató de robar?
—Es sobre Pardmav.
—Oh por Kov, ¿Pardmav te intentó robar?
—No, idiota, eso no. Es sobre lo que me dijiste sobre la lealtad.
—Ah, sí, eso. ¿Qué pasó?
—Digamos que el final estuvo intenso… Pardmav me dijo que podría haber hecho que el granjero se pusiera de rodillas a clamarme clemencia después de que se riera porque uno de sus bestias me lamió la cara.
Omuev sonrió.
—¿Un maghas te lamió la cara?
—Sí, pero eso no importa ahora. Es sobre lo de Pardmav. Tenías razón sobre lo de la lealtad. Pardmav casi no me conoce de nada, y aún así demostró…, eso, lealtad.
—Te lo dije. ¿Pero que fue el impulsor para que se pusiera así, a parte de la risa del campesino, o fue solo eso?
—Bueno, también me dijo que el hombre me insultó. Aunque yo no lo vi así.
—Insultar, ¿eh? No me digas que hablaste con el campesino como si estuvieras hablando conmigo.
—Sí, fue algo casi así. ¿Por qué?
Omuev negó con la cabeza, casi decepcionado.
—Kask, a veces eres un idiota, y de los grandes. Si comienzas a hablar de tú a tú con un simple campesino, ¿crees que esté no se subiría sobre ti? La gente te respeta, pero si hablas como si fueras un cualquiera, sin controlar lo que haces, entonces te van a aplastar. ¿Sabes lo que significa? Una guerra civil. Te recuerdo que eres el hijo del segundo hombre más importante de todos. Cuando muera, tú serás ese hombre, y debes de comportarte como tal.
»Tus hombres te estiman, Kask, ya te lo he dicho. Pero debes también ser diestro en tu forma de hablar. Y veo que tienes muchos problemas. Cuando hablamos con esos dos hombres de armas, los que me dijiste que eran amigos de tu padre, parecía que estabas enfrente de dos owars gigantes. Tenías miedo de ellos. Pero luego cuando estás con un idiota como yo, te pones a mi altura y parecemos dos idiotas borrachos.
Kaskale miró al piso, avergonzado.
—Tienes razón.
—Supongo que tener esta experiencia te haya abierto los ojos. Podrás practicar el resto del día en tu cuarto sobre este tipo de charlas. ¿Al fin y al cabo no es lo que haces a diario?
Kaskale levantó la mirada con los ojos abiertos.
—¡Por Kov! Mi padre me va a matar. Ya es más de medio día y aún no estoy en la casa. ¡Me tengo que ir, adiós!
Tras eso, subió a su caballo con rapidez y lo espoleó para ir con rapidez a su casa. Omuev solo lo vio partir; levantó la mano de forma inútil como despedida.
—Adiós…