La Señal de la Estrella

Año 1997. El científico Aleksander Gilbert se encontraba en un radiotelescopio en Inglaterra, cerca de Londres, a unas cuantas millas. Estaba estudiando las frecuencias astronómicas, buscando alguna señal. Sus dedos tocaban con delicadeza los controles que operaban y recibían las frecuencias de radio; eran tan arrugados que era difícil contar la cantidad de líneas que surcaban sus dedos viejos. Vestía su típica bata blanca que le llegaba hasta los talones de los pies, siempre la tenia abierta y de vez en cuando metía sus manos en los bolsillos de tela que se encontraban en la cintura. Siempre usaba gafas; unos anteojos redondeados con un armazón ligero de aluminio que era tan fino como cinco alfileres unidos uno encima del otro. Su cabello era canoso, pero abundante, del mismo color que el pelaje de los lobos grises; apenas se podían ver algunas entradas en su cabeza. Desde su frente hasta sus cachetes se distinguían decenas de arrugas tan gruesas que podrías meter tus dedos en ellas. Sus ojos siempre estaban animados a pesar de las incontables arrugas y ojeras que le rodeaban las cuencas. A pesar de su avanzada edad, más de sesenta años, seguía tan hábil de mente como cuando tenia veinte. Él había estudiado la carrera de astrofísica, y llevaba ya mas de treinta años trabajando en ese sitio, esperando la señal de alguien más, deseando de que no estuvieran solos en el universo. Ese era su motivo de seguir viviendo, encontrar algo que le enseñase a él, y a toda la humanidad, de que había más seres poblando el universo, seres como ellos.

            En sus treinta años de estudio constante jamás había encontrado alguna radiofrecuencia, o una señal, de vida en cualquier lugar distante de la galaxia. Las pocas señales que recibía eran aquellas producidas por el impacto de un asteroide que producía radiación y llevaba esas ondas hasta la tierra, o de algún pulsar que murió hace millones de años y sus últimos ecos de vida llegaban hasta con Aleksander. Aunque todo esto fuera motivo mas que suficiente para no esperar nada del cosmos, Gilbert seguía esperando con el mismo gozo la señal de otra vida inteligente. Todos los días se levantaba de su cama individual y miraba hacia la pequeña ventana que tenia en su cuarto, ansioso de ir a su trabajo. Su casa era realmente humilde, apenas dos pisos, y su material era de ladrillo rojo, y apenas había sido pintada una sola vez de color café oscuro, haciendo que el pasar de los años y la erosión natural provocara ver que esa pintura se desgastó, que los ladrillos se podían contar solo viendo la fachada de la casa. La cocina era tan pequeña como su cuarto personal; el piso era amarillo patito, que se había oscurecido por el pasar de los años y las pisadas de todas las mañanas y noches que hacía Aleksander. El pequeño refrigerador blanco que tenia se volvió grisáceo, y la estufa, la que solo tenía un quemador funcional, era negra como el carbón, pero con varios trozos de pintura arrancados que dejaban a la vista piezas grisáceas del metal. La sala de la casa, que se encontraba a la izquierda desde la puerta de la entrada, era muy pequeña: solo había un sillón de dos asientos tan, o más, viejo que su propietario, y delante del sillón, a menos de un metro, había una televisión de caja de los años 70, a blanco y negro. Era tan robusta que te podrías sentar en ella sin que le pasase nada. El piso era una alfombra grisácea que llevaba ya años sin ser barrida, y el polvo que acumulaba era incontable. El único baño de la casa era el que se encontraba en el segundo piso, a un lado del cuarto donde él dormía; era también pequeño, solo tenia un metro cuadrado para la ducha, y otro pequeño metro donde estaba el inodoro y el lavabo, que originalmente eran blancos, pero ahora estaban tan amarillos como el sarro de los dientes.

            Ese mismo día por la mañana, cuando Gilbert salía de su casa, y se ponía en marcha hacia el trabajo, se encontró por el camino a un chico joven, no mayor a los treinta años; vestía de blanco como él, y portaba lentes cuadrados tan gruesos que podrías destapar botellas con ellos. A diferencia de él, el muchacho era calvo, no tenia ni un solo pelo. Portaba en su mano derecha un portafolios blanco, y dentro de este había mucha información anómala proveniente desde una estrella. Aleksander no tardo en romper el silencio entre los dos mientras seguían caminando, pues iban al mismo destino.

            ―Buenos días, ¿se dirige al radiotelescopio Hiwart II?

            ―Sí, ¿usted también?

            —Sí, yo trabajo ahí. ¿Hace cuanto te asignaron?

            —Ayer, pero apenas hoy es mi primer día de trabajo. Tengo que conocer al doctor Gilbert, no me contaron como era, pero que debía de presentarme ante él en cuanto llegara a la instalación.

            Aleksander sonrió abiertamente y le volteo a ver mientras seguía caminando.

            ―Estas de suerte, yo soy el doctor Gilbert.

            El muchacho paró en seco en cuanto escucho esa respuesta, se quedó mirándole unos segundos. Gilbert se detuvo en cuanto vio que el chico se paró, y le volteo a los ojos mientras seguía sonriendo.

            —No, no sabia que era usted. Discúlpenme de verdad; tenia que haber sido mas respetuoso a la hora de hablarle.

            —Jeje, no pasa nada, chico. Y dime, ¿cuál es tu nombre?

            —Isaías, señor, Isaías Cooper. Es un honor conocerle, doctor.

            —El placer es mío, Isaías. Ahora dime, ¿qué es lo que guardas en esa carpeta?, ¿es algo que yo debo de revisar?

            —Oh, sí, sí, señor. Es algo que debía de presentarle en cuanto estuviera en el radio telescopio —le iba a pasar la carpeta que sostenía en su mano, alzándola para que la recogiese Gilbert, pero él se negó con un gesto de cabeza—. Pero, señor, estas son señales que recibió un radiotelescopio en Francia hace una semana.

            —Me las has de mostrar en cuanto lleguemos al edificio. Ven, no estamos lejos.

            Tanto Isaías como Aleksander caminaron por unos veinte minutos. Charlaron e Isaías le preguntaba sobre algunas cosas del cosmos, así como Gilbert le respondía, sacándole de sus dudas. Las preguntas iban desde lo más básico sobre el funcionamiento del radiotelescopio, hasta otras mas profundas sobre porque la energía producida por un cuásar es capaz de llegar hasta la tierra y ser recibida como una señal. Claro, Aleksander sabia de estos temas tanto como sabia respirar; era algo innato para él. Empero, para Cooper, charlar estos temas con el doctor, y que él le respondiese, le hacia sentirse como un niño recorriendo la casa de su mejor amigo que nunca había visitado. El entusiasmo de su ser se marcaba con sus cejas y sonrisa, que denotaban a gritos su estado. Se arqueaban con cada respuesta para luego responderle al doctor con otra pregunta o una afirmación. En el momento en que llegaron a las puertas blancas del edificio, Cooper le preguntaría a su nuevo mentor unas cuantas cosas personales mientras subían unos cuantos escalones de mármol.

            —Disculpe, doctor, ¿me puedo referir a usted como Aleksander?

            Gilbert le sonrió, y le miro a los ojos tras ambos detenerse enfrente de la puerta. Ambos median casi lo mismo, pero el doctor era más alto.

            —¡Claro que sí! Yo no tengo problema en cómo te dirijas a mí. Excepto si me llamas vejestorio —respondió Aleksander con una pequeña risa al final.

           Gilbert rio un poco.

            —No sabe que tan contento estoy, al poder trabajar con alguien como usted, Aleksander.

            —Y tú no sabes como a mí me alegra tener un compañero de trabajo.

            Isaías le abrió la puerta, pasando Aleksander primero que él. En cuanto subían por otras escaleras mas angostas, y mas blancas, que las del exterior. Unos muros de un metro de alto se encontraban en los laterales del graderío, y en la parte superior de los muros concluían unos barandales de metal de unos cincuenta centímetros de altura. Eran tan relucientes como el brillo de un celular. Todo el cuarto era blanco como la nieve, con algunas baldosas del suelo con líneas ligeramente negras. Era muy grande la instalación, casi tanto como una cancha deportiva olímpica, pero casi todo el espacio era robado por la gran base del radiotelescopio que se situaba en el centro del cuarto. A varios lados de los sentimientos del dispositivo, se encontraban varios paneles y pantallas encerradas en cajas metálicas; eran ordenadores, que dentro de las cajas de metal, que eran tan grandes como una mesa, se hallaban todo el cableado y potencia de las monstruosas computadoras. En las paredes aledañas al gran dispositivo se encontraban otras tantas maquinas que funcionaban para recibir y procesar la información que fuese a captar la antena. Ambos siguieron su conversación.

            —Sabe, doctor, es increíble este lugar. Es realmente asombroso, tanto que pocas veces creo que el hombre haya realmente podido crear instalaciones como estas. Hace no mas de cincuenta años esto seria impensable, algo que nadie podría dilucidar en sus mentes. Pero ahora es una realidad tan… impactante, que es difícil creer que sea algo palpable.

            —Yo tampoco lo creía, pero llevo trabajando tanto en esto que es difícil recordar como fue mi primera impresión al trabajar en los primeros radiotelescopios. Eran armatostes mas brutos que estos, y mas deficientes. Pero cuando me transfirieron a esta instalación moderna, hace ya diez años, recuerdo bien como me sentía; igual que un niño por el parque —respondió Aleksander, mientras se dirigía hacia una silla enfrente de unos de los paneles que se situaban en los alrededores del radiotelescopio—. ¿Cuáles son los papeles que me debes de entregar, Isaías?

            —Oh, sí, debo de mostrárselos.

            Isaías puso en la mesa que había enfrente del doctor, que era realmente una computadora, la carpeta con toda la información referente a la captación de ondas dadas por una estrella situada a más de seis años luz de distancia de la tierra. Gilbert la abrió y examino con cuidado cada hoja, analizando lentamente su información. Pero mientras leía, Cooper lo interrumpió, preguntándole una cosa curiosa.

            —Sabe, es curioso su nombre. “Aleksander” no es un nombre nada común en Inglaterra; me suena más algo que escucharía de la Unión Soviética o por alguno de esos lados. ¿Por qué le pusieron ese nombre?

            —¿Quieres saber porque me pusieron mis padres ese nombre? —dijo mientras sonreía—. Bien, te lo diré. Mi padre nació durante la primera guerra mundial, ya hace muchas décadas. Y su padre, es decir, mi abuelo, se llamaba Owen, Owen Gilbert. Él participo en la primera guerra, y tuvo dos amigos, uno era Ambrose, un tío de mi padre, quien sobrevivió a la guerra, y él le conto a mi abuela y a mi papá sobre el abuelo y como murió. También les hablo mucho sobre uno de los amigos de mi abuelo; como lo puedes suponer, se llamaba Aleksander. Aleksander Pembroke. Un gran soldado según contaba el tío Ambrose. Y en honor a las grandes hazañas que le contaban sobre él, mi padre decidió ponerme ese nombre. Y ahora puedes ver a este viejo de ya casi setenta años trabajar como científico en un radiotelescopio.

            —Wow, supongo que Pembroke tuvo que ser muy importante en la vida de su abuelo. Mi historia es mas simple, me llamo Isaías porque así se llamaba mi padre, y a mis otros tres hermanos mayores ya les habían puesto el nombre de mis antepasados.

            —Isaías sigue siendo un lindo nombre, la verdad. Bíblico, siempre recordando al profeta.  

            —¿Usted creé, doctor?

            —¿Disculpa?

            —Digo, ¿Usted creé en Dios? —le preguntó Isaías mientras se quedaba pensativo mirando la carpeta.

            —Claro, soy católico. Mis padres me inculcaron la religión desde que era muy pequeño, pero ellos eran anglicanos. Al cabo de un tiempo dudé de la existencia de un Dios, pero cuando terminé de estudiar en esta carrera, en llegar al primer radiotelescopio y observar las estrellas, las dudas se fueron de mi mente. Y cuando conocí a un sacerdote, muy buena persona la verdad, fue como un mentor y padre para mí, me bauticé a la Iglesia.

            —Lo entiendo, yo también creó, pero cada día se ha vuelto más difícil. Especialmente cuando vi esas señales que captó otro radar en Francia.

            —Cierto, tengo que seguir leyendo esto ―contestó Gilbert, para luego seguir con su lectura, sujetando con ambas arrugadas manos los papeles, leyéndolos con cuidado.

            Al cabo de unos cinco minutos de lectura, Aleksander volvió en sí al terminar de leerlos.

            —¡Increíble! —dijo el doctor con voz elevada—. Esto es algo increíble, ¿sabes lo que significa esto? —decía el doctor con entusiasmo. Los archivos que le había compartido Isaías era información especial sobre ondas y códigos emanados por una estrella—. Puede ser prueba de que hay más seres vivos en otra parte de nuestra galaxia, ¡de nuestro vecindario!

            —Ya, pero doctor, volviendo a lo de creer. ¿No piensa que esto le hará cuestionarse la existencia de un Dios?

            —¿Por qué lo haría? El tema de religión se basa en Fe, no en ciencia. Si la biblia hubiera tenido el propósito de enseñar al mundo sobre todo el conocimiento universal, entonces nunca habría llegado a nuestros días. Nosotros somos científicos, no sacerdotes. Si existiera algún problema sobre esto —refiriéndose a la vida alienígena—, será algo que ellos se encarguen, no nosotros. Pero ahora debemos de centrarnos en este hallazgo. ¿Hace cuanto lo descubrieron?

            —Hace seis días, en Marsella, Francia. Ondas provenientes de una estrella no muy lejana, a solo seis años luz.

            —Hay que descubrir de donde salieron.

            —Tal vez sea solo el producto espacial de algún cuerpo celeste golpeando a otro —respondió el joven Isaías.

            —No, estas son diferentes. Dado lo que muestra el documento —levantando con su mano izquierda el documento—, estas señales son diferentes, como si estuvieran hechas por alguien.

            —¿Y eso como lo sabe usted?

            —Los patrones. Los cuerpos celestes, como los cuásar o los pulsar, expulsan una información larga, rápida, y resonante. Como un zumbido espacial. La energía producida por algún impacto entre asteroides, o planetas, o cualquier otra objeto semejante, produce el mismo tipo de onda: corta. Durando apenas fracciones de segundo, además de que su frecuencia es muy baja en lo que refiere a la cantidad de energía que ha sido expulsada. Pero, viendo esto —agarró una de las hojas que había en el escritorio; era un esquema que mostraba la alteración de ondas, que se repetían en un patrón—, se puede inferir que esto ha sido provocado por un ente inteligente. Nosotros lo hemos hecho, muchas veces. ¿Sabes lo que fue el Código Enigma?, ocurrió en la segunda guerra mundial; era un patrón enviado por el bando alemán que siempre iniciaba con la misma oración, y que, por medio de una traducción correcta, se podía concluir que se estaba queriendo decir en un mensaje tan simple como “hace buen día”.

            —Entiendo lo que quiere decir, pero…

            —¿No eras tú el que puso primero en la mesa la cuestión de ser vida alíen?, ¿ahora porque tan escéptico?  —interrumpió Aleksander levantando sus cejas a forma de represión.

            —Sí. Tiene razón. ¿Pero como vamos a saber que esto es un mensaje?

            —Debemos de estudiarlo. Para algo esta instalación tiene varias zonas de estudio diverso.

            Tanto Gilbert como Cooper se fueron hacia una de las paredes del gran cuarto, donde había varias mesas y otros computadores y maquinaria, donde ambos se dedicarían a estudiar e intentar descifrar la señal, ingresando los datos exactos que venían alojados en disquetes. Primero intentaron usando códigos humanos, pues Aleksander creía en la evolución convergente, e intentaba usar las mismas creaciones humanas para tratar de encontrar alguna similitud; pero fracasó. Luego intentaron con diversos métodos utilizados para encontrar un sonido fijo, algo que les diese una pista, pero los resultados eran los mismos: ruido estático. Pasaron los días, las semanas, y los meses; no había una respuesta, todo era simplemente un ruido sin el mínimo grado de sentido.

            Aleksander se desesperaba buscando alguna forma de encontrarle una razón al patrón, su sonido, a pesar de ser un agudo casi imperceptible para el oído humano, tenia algo que dejaba ver que era un código.  

            —Parece que el sonido no ha tenido el mínimo resultado, doctor. Con los miles de intentos que hemos hecho, probando diversos métodos y variantes —dijo Isaías. Era un lindo día por la mañana, y él había llegado al trabajo hace ya una hora; estaba en su mesa de laboratorio de siempre, con un café en su lado derecho y toda la información que trataba de convertir a un sonido legible por medio de máquinas.

            —No hay que desistir —respondió Gilbert—. Este puede ser el trabajo de nuestras vidas; lo más importante que hemos hecho jamás. Solo llevamos siete meses trabajando en esto, cuando hay equipos científicos de miles de personas que tardan lustros, o hasta décadas, en hallar resultados.

            —Pero, Aleksander, hemos probado con todo lo existente para descifrar esto, y no hemos encontrado absolutamente nada —contestó Cooper, quien se encontraba un poco agitado.

            —Y seguiremos probado. ¿No te he contado ya sobre el Código Enigma?

            —Si, ya me lo has dicho muchas veces.

            —En su tiempo era indescifrable, ningún método podía dar con el endemoniado código nazi; incluso tuvieron que fabricar una maquina tan grande como esta habitación para poder descifrarla en tiempo. ¿Sabes que fue aquella maravilla del mundo moderno?

            —La primera computadora del mundo, lo sé —dijo molesto Isaías.

            —Entonces solo es cuestión de tiempo hasta que le encontremos sentido a estas palabras.

            —Espere, ¿está asumiendo de que esto son palabras?, ¿un sonido del espacio como palabras?

            —Claro, lo creo de hecho. Ya estamos en el año 1998; todavía más cerca de tecnología que nos permita descifrar estas señales.

            —De acuerdo —expresó Cooper—. Si usted lo dice, doctor, deberé de creerle.

El resto del día estuvieron probando más métodos, o volviendo a unos anteriores, como la conversión de audios. Gilbert trató esto último, modificando el sonido agudo a uno mucho mas grave, y a su vez agrego un efecto ecualizador bajando lo más que podía los decibelios. Tenia unos cascos de supresión de sonido, y el volumen adecuado para escuchar con claridad lo que estudiaba; eran negros como el carbón y sus bocinas eran tan grandes como manos de basquetbolistas. Con delicadeza movía los parámetros del ecualizador, variando cada opción que tenía. Las horas pasaban como minutos. Estaba inmerso en su mundo. Nada ni nadie podría sacarlo de ese transe auditivo.

            Entonces, de un momento al otro, un sonido se escucho en las bocinas, un sonido reconocible para todos los humanos de la tierra: “Ahud”.

            —¡No puede ser! —gritó Aleksander sorprendido.

            —¿Qué?, ¿qué paso? —le preguntó Isaías, moviéndose velozmente de su asiento para dirigirse con su maestro.

            —¡He encontrado una pista!

            —¿¡Qué!? ¿Es en serio?

            —Demasiado en serio, muchacho. Ven, escucha esto. —Se quito los cascos y se los pasó a su compañero, quien se los puso con prisa y escucho aquel sonido.

            —No… ¡no puede ser!, al fin encontramos una pista. Tenía razón, doctor.

            —Debemos de informar esto, debemos de realizar un artículo, llevar esto a todos.  

            Isaías tomo un segundo de silencio, y vio seriamente a Gilbert.

            —Pero, señor, apenas es un sondo vago lo que escuchamos, ni siquiera sabemos que significa.

            —Tienes razón, pero esto es un logro sin precedentes. Además, si es distinguible para nuestros oídos, como una frase, entonces ya es signo de que esto es extraterrestre; de alguna forma de vida.

            —Sí, pero aun es temprano para hacer algún movimiento.

            —Todo en su tiempo, pero ahora es un buen tiempo…

Entonces, en ese mismo instante, algo interrumpió al doctor. Era el sonido de una alarma proveniente de una de las maquinarias que rodeaban la base del radiotelescopio. Los dos se encaminaron con prisa hasta las computadoras, y observaron uno de los paneles. ¡Era otra señal! Otro sonido proveniente del espacio.

            —No puede ser —dijo en voz baja Isaías.

La información que salía por el monitor era muy similar a la vista por el esquema de la otra instalación en Francia. Provenía de la misma estrella. Pasaron un par de minutos mientras todo aquel meollo se calmaba.

            —Viene de la misma estrella —declaró Gilbert—. Debemos de estudiar esto lo más rápido posible.

            —Espere, espere. Si la estrella esta situada a mas de seis años luz, ¿cómo es que llego tan rápido la señal entre fechas y fechas?, no han pasado ni un año desde la anterior.

            —Puede ser que fueran mandados los mensajes al mismo tiempo, pero por motivos diversos se hayan atrasado entre sí —contestó Aleksander, mientras observaba con detalle el monitor, y extraía en un disquete de dieciséis megabytes el sonido—; como un campo magnético que haya desviado la señal, o que propiamente no haya tenido la misma velocidad de transmisión. O incluso pudieron ser interceptados por otro cuerpo o satélite, y hasta ahora haya llegado a nosotros.

            —Puede ser, puede ser. Aunque es curioso.

            Los científicos se dirigieron de nuevo a su ya conocida sala de estudio, donde habían pasado los últimos meses sentados como si fuera su propia casa. Como el método que usó Aleksander dio resultados, lo volvieron a realizar de ese mismo modo. El sonido en un principio, tal cual como fue recibido, era ridículamente agudo, tanto que apenas podía ser distinguido por el oído humano, y carecía de estructura; pero en cuanto se le aplico el efecto ecualizador bajando los agudos, aumentando los graves, y reduciendo los decibelios, se dio con otro murmullo: otra voz. A diferencia del primero “Ahud”, este segundo era “ria”. Las caras de los científicos estallaban en sonrisas; la euforia que sentían era la misma que sintieron alguna vez el mismo equipo que llevo el hombre a la luna.

            —Ahora si debemos de publicar esto, ¡de llevarlo a la prensa! —dijo Isaías, exaltado de emoción.

            —Lo haremos lo mas pronto posible. Esto es un logro de proporciones épicas. ¿Sabes lo que esto puede significar para el mundo? ¡Vida alienígena totalmente real!

            —Y tenemos que tratar de traducir esas palabras. Que loco; pensar que estamos ante verdadera pruebas de vida extraterrestre. Uff, cuando el gobierno sepa de esto deberán de darnos un equipo de trabajo muy grande.

            —Sabes, muchacho, creo que será la primera vez en ya mas de veinte años de trabajo que iré a festejar a un bar. Yo invito.

            —Eres un genio, Alek.

            Los dos compañeros científicos, quienes se habían vuelto amigos tras los meses que llevaron compartiendo sudor y esfuerzo en un mismo trabajo, habían dado por solucionado un gran enigma del universo: la vida extraterrestre. Faltaba poco; saber como eran; qué significan sus palabras. Era, con facilidad, el mayor logro de la humanidad. Pero, las palabras de los alienígenas ocultaban un significado que no se iba a descubrir en décadas. Las dos palabras en realidad eran una sola, y lo que significaban era: Ayuda.