Acto y potencia en Aristóteles5 min read

¿Qué es el acto y la potencia para Aristóteles y cómo influye en el desarrollo de sus teorías científicas y filosóficas?

Pregunta editorial

La distinción entre «acto» y «potencia» es el basamento conceptual sobre el que se erige toda la filosofía de Aristóteles y, por lo tanto, gran parte de la tradición filosófica occidental. En principio, se trata de la solución del Estagirita al problema de la experiencia del devenir que rotuló los debates de las escuelas presocráticas, según el cual parece existir una inconsistencia lógica en la mera existencia del cambio (que no puede ser negado, pues es evidente a los sentidos): si algo cambia, ¿pasa de no ser a ser? Pero lo que «no es» parece incapaz de producir nada; y si lo que cambia ya «es», ¿en qué sentido puede decirse que se ha producido un cambio real? Muchos filósofos de la Hélade antigua se vieron así impelidos a reconciliar la vivencia inmediata de que todas las cosas están inmersas en un incesante devenir con el principio racional de que el ser no puede brotar de la nada ni transfigurarse en su contrario sin incurrir en una flagrante contradicción lógica.[1] Aristóteles propuso la existencia de dos ‘dimensiones’ del ser: la dunamis —traducida habitualmente como «potencia» (así en adelante) y, por algunos autores, como «capacidad»— y la energeia —«acto» (así en adelante)—. La primera refiere a la disposición intrínseca, hondamente arraigada en la ousía (esencia) del ente, para devenir o actualizar un cierto estado, movimiento o función; constituye, por así decir, una potencialidad activa —no una mera posibilidad lógica, sino una inclinación real inscrita en la estructura misma del ser— que permite comprender el tránsito desde aquello que todavía no es en pleno sentido, aunque puede ser, hacia aquello que llega a ser efectivamente en «acto», o sea, la plena actualización de esa potencia, esto es, el momento en que la forma prevista se realiza sin merma ni latencia, y caracteriza el modo más propio y perfecto de ser de cada entidad.[2] Aristóteles expresa este grado de realización ontológica mediante dos neologismos de su propia factura, ampliamente intercambiables: energeia y entelecheia. El primero refiere al ejercicio activo de una capacidad; el segundo designa la consumación del proceso, aquello hacia lo cual tendía la potencia desde el inicio.[3]

Para Aristóteles, nada de esto debía entenderse como una mera herramienta conceptual destinada al análisis de procesos temporales o cinéticos; constituía, más bien, una ontología, de objeto universal, válido para iluminar la estructura misma de la realidad en su sentido más profundo (esto es, metafísica). Situando la actualidad y la potencialidad como modos de ser co-ordenados con las categorías fundamentales del ente —y no como simples descripciones del cambio físico—, Aristóteles pretendía mostrar que todo lo real se ofrece a la inteligencia bajo estas dos modalidades complementarias.[4]

A mi parecer, la aplicación más diáfana de esta distinción se encuentra en la doctrina aristotélica del hilemorfismo, que dicta que toda entidad física es un compuesto de materia y forma. La materia es un sustrato indeterminado: por sí misma no es ninguna cosa concreta, sino aquello que puede llegar a ser algo. La forma, en cambio, es aquello que actualiza esa capacidad latente, organizando y estructurando la materia para que exista como una entidad definida. En otros términos: la materia es potencia; la forma, acto. Aristóteles ilustra esta relación ejemplificándolo en la labor de un escultor. Pensemos, pues, en la creación de una estatua de bronce, arte que en el siglo IV a. C. alcanzaba un refinamiento extraordinario gracias a la herencia de Policleto, Fidias y Lisipo. El bronce, antes de recibir la forma, es un material maleable y aún sin destino: una amalgama potencial de movilidad contenida. Puede ser fundido, martillado, limado; puede convertirse, según la destreza del artífice, en un atleta victorioso, en un héroe homérico, en un dios poderoso o —tal como en las prácticas más contrastadas del taller helénico— en simples utensilios. Pero mientras la masa metálica yace informe en el crisol o en el yunque, no es ninguna de esas cosas: es pura potencia. El acto sobreviene solamente cuando el escultor, guiado por el logos de su arte, imprime en ese bronce una morphē definida. En la técnica habitual de la época, el maestro podía modelar previamente la figura en cera y luego emplear el método de la «cera perdida», vertiendo el metal fundido para que ocupase el lugar dejado por la figura provisional. También podía trabajar directamente el metal, si la obra lo requería, martillando láminas de bronce para dar forma a los volúmenes o uniendo las distintas piezas mediante la soldadura. En cada uno de estos pasos, el escultor no crea la forma desde la nada: la trae al acto, actualizando una estructura que ya tenía en mente —una proporción, un kanón— y que el bronce, por su maleabilidad y nobleza, es capaz de recibir. Cuando finalmente la figura es delineada íntegramente, cuando el bloque cúbico se vuelve en un Doríforo tenso o una Atenea serena, el bronce deja de ser bronce «a secas» y deviene estatua en acto. La forma ha organizado la materia, ha actualizado su potencia, ha hecho que esa masa indeterminada sea ahora un ente concreto, dotado de identidad y susceptible de ser contemplado, reconocido y nombrado.


[1] Ackrill, J. L. (1981). Aristotle the philosopher (p. 24). Oxford University Press.

[2] Irwin, T., & Fine, G. (1996). Aristotle: Selections. Hackett Publishing Company.

[3] Shields, C. (2014). Aristotle (2nd ed., p. 406). Routledge.

[4] Aristotle. (2006). Metaphysics, Book Θ: Translated with an introduction and commentary (S. Makin, Trad.) (p. 1). Clarendon Press.

Aristotle. (1993). Metaphysics: Books γ, δ, and ε (C. Kirwan, Trad.) (2nd ed., p. 40). Oxford University Press.

Makin, S. (2012). Energeia and Dunamis. En The Oxford Handbook of Aristotle (pp. 400-421). https://doi.org/10.1093/oxfordhb/9780195187489.013.0016

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